El P. Daniel Diaz, nuestro asesor doctrinal, nos invita a reflexionar y aprovechar esta Cuaresma que nos regala una oportunidad de renovación profunda para reconciliar nuestro vínculo con Dios.
Disponible enDejarse reconciliar con Dios
Queridos amigos de ACDE,
Hay una frase de la segunda Carta que San Pablo escribió a los cristianos de Corinto que siempre me ha llamado la atención. Cada año vuelvo sobre ella cuando se inicia el tiempo de Cuaresma y siento que su reclamo, completamente vigente, me es lanzado a mí, una vez más: “… les suplicamos en el nombre de Cristo, déjense reconciliar con Dios”. Quisiera en esta reflexión hacer extensiva a Uds. esa invitación.
Me resulta significativo que alguien tenga que dirigirse a nosotros para pedirnos encarecidamente que le permitamos a Dios regalarnos su perdón. Ante el Señor, que desea profundamente renovar su alianza de amistad con nosotros para que seamos plenos y felices, contrasta nuestra poca conciencia de nuestra necesidad y hasta la indiferencia ante ella. En el fondo, me asombra nuestra incapacidad para darnos cuenta de algo evidente: el mal y el pecado nos hieren, nos arruinan y nos matan. Destruyen nuestra vida. Y existe la posibilidad de una Vida Nueva.
Dicen por ahí que el gran logro del demonio en los tiempos presentes es haber conseguido que se dejara de creer en él, que se desmereciera su obra como algo irreal y se vanalizara su capacidad de destrucción. Aunque el poder del Señor es siempre mayor al del mal, para quienes este último es tan sólo una fantasía infantil y falsa, se pierde la capacidad de acudir por ayuda al Todopoderoso. Y en esa circunstancia quedamos librados a nuestra sola suerte, que más bien deviene en desgracia.
Para quienes desarrollamos gran parte de nuestra actividad en el ámbito de las empresas y las organizaciones, es imprescindible tener claridad acerca de la existencia del mal en el espacio concreto en que nos desplegamos, en los demás y en nosotros mismos. Con todos sus matices y complejidad, el discernimiento del origen y la finalidad de todas nuestras decisiones, de la elección de los medios para alcanzarlos y del modo en que ejecutamos todas las acciones que conllevan, son algo muy serio, que ha de ocuparnos cotidianamente.
En Cuaresma, dejarse reconciliar, implica permitir a Dios que nos una de nuevo a aquellos aspectos de su voluntad de los que nos hemos apartado. Y esto solo es posible en la medida en que lo reconocemos. La tarea implicará dos partes. En primer lugar: revisar y asumir cuáles son en mí y en mi entorno los aspectos que se han alejado de los caminos del Señor. En segundo lugar, se abrirá entonces la tarea de la conversión, de la transformación, de la renovación. Será una labor ardua, casi imposible, que solo podrá ser asumida con la ayuda de Dios.
A nadie le gusta reconocer sus debilidades, sus falencias. En un mundo centrado en la competencia y la búsqueda permanente del éxito como único criterio, se nos impone disimular los errores. A la larga, esa “negación” de la realidad, nos lleva indefectiblemente a vivir en la apariencia, la falsedad y el ocultamiento. Solo quien asume un error puede corregirlo. Cuando esas malas elecciones se refieren a aspectos morales, su aceptación demanda aún una mayor humildad. Nos es mucho más fácil exponernos asumiendo un error técnico que una actitud equivocada hacia otra persona a la que debemos pedir perdón.
Liderar y acompañar a otros, compartir las tareas y esfuerzos cotidianos en lo laboral, nos exponen a tentaciones de soberbia, vanidad, desprecio, hipocresía, falsedad y tantas otras cosas que sería difícil enumerar acabadamente. Y si los entornos naturalizan esos males, la presión es muy fuerte y nos condiciona tanto que terminamos por creer que no es posible hacer otra cosa.
Es aquí justamente donde quiero invitarlos a revisarse y a buscar convertirse, sin estar yo mismo exceptuado de la tarea. Si aceptamos la invitación de San Pablo lo haremos en la confianza de la infinita Misericordia divina y en el deseo del perdón fraterno, con la esperanza de que esa renovación nos permitirá vivir de un modo más acorde a los criterios del Reino y a sabiendas de contar con la promesa de alcanzar metas mucho más alta en la medida en que caminemos por donde Dios nos indica.
Que el Señor les regale una Santa Cuaresma, un profundo deseo de conversión y la valentía y fortaleza para permitirle realizar en sus vidas todos los cambios necesarios.