¿Cómo prepararnos para recibir los dones que Dios tiene reservados para nosotros en esta Semana Santa? Nuestro asesor doctrinal, el Padre Daniel Díaz, nos anima a abrirnos a la experiencia pascual desde una perspectiva amplia, amorosa y comprometida.
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Queridos amigos de ACDE,
Se acerca la Semana Santa. Para los cristianos se trata de un momento muy especial, lleno de la Gracia de Dios y justamente por esto lleno de posibilidades. Es el momento del año donde el corazón y la mente tienen que detenerse en las muchas actividades y quehaceres cotidianos para abrirse a lo más profundo, a lo más esencial, para ponerse delante del Señor. En Su presencia todo puede ser renovado, recreado. Dios tiene reservados dones maravillosos para nosotros pero solo puede entregárnoslos en la medida en que nos disponemos a recibirlos.
Fundamentalmente lo que nos regala Dios el celebrar el Misterio de la Pascua es el poder abrirnos a una nueva perspectiva. Muchas veces hemos considerado como las miradas de los demás pueden ser descubiertas como complementarias a la nuestra ya que los ojos de los hermanos ofrecen a mi contacto con la realidad un punto de vista novedoso que por mí mismo no alcanzaría. Ellos me enriquecen. Sin embargo aquí hay algo que va mucho más allá. Celebrar los misterios centrales de nuestra fe nos abre a una experiencia muy superior, la del mirar como Dios mismo ve.
¿Cómo me ve mi Creador? ¿Qué experimenta al detener su mirada en mí? Desde allí podemos proyectar con mayor amplitud la cuestión: ¿Cómo ve Dios a mi familia o amigos? ¿Cómo a mi ámbito laboral? ¿Cómo nos ve a esta sociedad argentina y a este mundo? Las palabras y acciones de Jesús en su Pasión, Muerte y Resurrección, van dejando traslucir la respuesta. No sólo como un enunciado racional sino como una verdadera experiencia. Esa percepción muchas veces hasta sensible y siempre muy profunda nos habla de Amor. Es el amor que Dios me tiene, el amor que Dios nos tiene.
En esta experiencia de Amor nacen maravillosas posibilidades. La fe deja de ser un listado moral, una mera obligación nacida en el deber, en el temor o en el cálculo para abrirse a una aventura que es mi respuesta a una cercanía desbordante en la que el mismo Hijo de Dios ha entregado su vida por mí, por mi felicidad y salvación. Ya no puedo vivir del mismo modo porque el Señor al revelarme su amor y compromiso con mi vida y mi caminar ha cambiado definitivamente mi perspectiva.
La experiencia pascual, el paso de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad, de la oscuridad a la luz, tienen mucho para aportar a nuestra tarea laboral. Desde la Pascua se transforma todo en una experiencia del Dios que me ama, que me rescata y salva, que me sana y da plenitud. Él hace alianza conmigo y me muestra el camino para permanecer en su presencia. Ya no queda espacio para la indiferencia o la tibieza en quien vive la gratitud de tan inmensos dones.
Agradecer de corazón lo recibido impulsa irrefrenablemente a dar. Y es allí donde brota la nueva mirada, la nueva perspectiva. Mis empleados son hermanos que me son confiados en su bienestar, mis clientes el primer lugar donde hago mi aporte a este mundo y su desarrollo desde lo que le brindamos junto a otros como productos o servicios necesarios y buenos. Los demás, personas, grupos, instituciones, todos los que entran en relación con nosotros, nunca pierden ante mí su distintiva dignidad, su propia humanidad. Nunca pasan a ser cosas, números, caminos para otros medios. Cada uno es en sí mismo un fin, un sentido.
En tiempos tan duros, como los que nos tocan, donde nuestra sociedad sigue buscando el camino del bienestar y desarrollo tan esperados para su conjunto, los buenos fines no justifican medios que olviden y posterguen a los más vulnerables. La mirada de Dios nunca se apartará de ellos. Y debemos tener cuidado de no descartar a nadie al prestar atención a otras prioridades. Las empresas no pueden lavarse las manos ante quienes padecen los ajustes necesarios para que ellas puedan en un futuro funcionar mejor. Los más pobres no pueden ser quienes asuman los costos más gravosos en una sociedad.
Queridos amigos, les propongo que en esta próxima Semana Santa podamos detenernos y mirar a Jesucristo, al Crucificado, al Resucitado. Allí podremos contemplar sus anhelos y deseos, sus sufrimientos y tristezas, sus alegrías y compromisos. Ellos nos revelarán el sentir de Dios hacia nosotros y podremos intuir su Amor incondicional y gratuito. Allí podremos también revisar nuestra propia mirada sobre los demás y proponernos, con la ayuda de Dios, que en cada decisión y opción que vamos haciendo, nuestra perspectiva de la realidad sea mucho más amplia, mucho más verdadera, mucho más amorosa y comprometida.
Que tengan una Santa Semana, llena de la presencia y el Amor de Dios, que los renueve en la alegría de vivir en su voluntad.