El Padre Daniel Díaz, nuestro asesor doctrinal, nos invita a reflexionar sobre el lema del 27° Encuentro Anual ACDE, incentivándonos a tener fe en nosotros mismos mismo, en Dios y en los demás.
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Queridos amigos de ACDE,
Pasó nuestro encuentro anual y como empresarios cristianos planteamos a la sociedad argentina una propuesta: hay que “Creer para crecer”. Quiero volver con Uds. sobre esta invitación porque me parece que para ser coherentes no solo estamos llamados a no olvidarla sino también a seguir profundizándola y a dejarla que transforme más hondamente nuestro quehacer cotidiano. De ese modo nuestro anuncio podrá renovar su entusiasmo y cobrar aún mayor fuerza.
En sus palabras finales en el encuentro, Silvia Bulla, como presidenta de ACDE expresó: “No habrá auténtico crecimiento cristiano si no alcanza a todos los hombres porque no debe haber excluidos en el esfuerzo de construir una patria de hermanos. En este sentido, creemos urgente desplegar políticas para atender la cuestión social. No dejemos a nadie afuera del camino. Argentina tiene el potencial económico, los recursos humanos y materiales para que nadie quede fuera de los beneficios del desarrollo. Pero quizás el aporte más valioso que podemos hacer como empresarios cristianos a la reflexión sobre el crecimiento en Argentina es que, para que este sea integral, es necesario CREER.”
Sorprendentemente, a la pregunta “¿Qué podemos hacer para crecer?”, la primera respuesta que proponemos no habla de metas y objetivos, ni de sus realizaciones. Habla de CREER. Para avanzar en la ardua tarea que nos lleve a alcanzar un desarrollo que integre a todos tenemos que replantearnos la necesidad de la fe. Inmediatamente aparecen entonces dos cuestiones a considerar: ¿En qué creemos? y ¿Hasta qué punto creemos? Si clarificamos estos puntos tal vez podamos encontrar el camino que nos permita acercarnos al sentido más profundo del planteo.
La fe implica confiar en aquello que no vemos o no podemos demostrar y sin embargo es real y verdadero. Es una certeza que nos viene dada a partir del testimonio, la experiencia o la autoridad de otra persona. Hay una transmisión de la fe que funda nuestra propia afirmación. En medio de un río correntoso elegimos pararnos sobre una roca, en la confianza de dar validez a la palabra de alguien que nos dijo que esa roca es verdaderamente firme. La fe no reduce nuestro conocimiento, sino que lo extiende más allá de nuestra muy limitada percepción.
Por la fe creemos en Dios. La teología clásica habla de Credere Deo, Deum, in Deo. De ese modo nos permite diferenciar en esa escalera ascendente que San Agustín describe, tres peldaños:
- El Primero, “Credere Deo”, es el creer que Dios existe, reconocer que hay un creador allá arriba.
- El segundo, “Credere Deum”, se trata de creer en quién es Dios y conociéndolo personalmente descubrirlo en su bondad, amor, justicia.
- Finalmente, el tercer peldaño, “Credere in Deo”, es creer en su presencia y en todas las implicancias que ella nos regala, como el sentir que está conmigo, que me acompaña, que me guía a cada momento.
Esta simple clasificación nos abre al desafío de aprendizajes muy necesarios tanto para la vida personal como social. Nos hace falta creer en cada uno de estos aspectos para poder crecer.
La certeza de la existencia de Dios Creador nos habla de nuestra limitada condición y nos hace aceptar con humildad que no somos el último criterio de juicio ni los dueños de la verdad absoluta. Todas nuestras decisiones y acciones son genuinas en la medida en que reflejan la existencia de quien nos creo. ¿Puede verdaderamente crecer quien se sostiene en la mentira de considerarse más grande que todos lo demás, incluso negando o relativizando a Dios? Cuando la referencia de la perfección está en nosotros mismos nos hacemos egoístas, individualistas, indiferentes. ¿Cómo podría buscar el crecimiento de todos quien por querer endiosarse a sí mismo se siente siempre en competencia con Dios y con los demás y ve en el someterlos a su voluntad su único modo de triunfo?
Para quienes la certeza de la existencia de Dios es firme, se abre la posibilidad de conocerlo y maravillarse ante el Dios que se revela en su infinita belleza. En la sintonía de lo maravilloso que es Dios, vibra en nosotros todo aquello que nos hace su imagen y, justamente por esto, nos acerca a nuestra plenitud. Ante el Señor se hace más diáfano quienes estamos llamados a ser. Nuestro fin, meta, objetivos en su sentido más último y definitivo, se hacen más claros. Este conocimiento más profundo nos permite conocer también el sentido y criterios que no pueden tornarse secundarios. Desde la valoración de la Creación que Dios llevó adelante por amor hasta la centralidad del ser humano y su dignidad, que jamás pueden ser relativizadas bajo ningún concepto, iluminan todos los caminos que debemos recorrer diariamente. Esta fe nos permite saber en qué cosas hemos de crecer y de qué modo.
Aún queda un nivel más. Sin el tercer peldaño la omnipotencia divina podría aplastarnos. Pero en la fe se nos descubre un Dios cercano, que acompaña, que se involucra con nosotros y nuestra historia, que está atento para que no me falten las señales que me indiquen en el momento oportuno cuál es su voluntad. Es en esa voluntad donde mi fe, entendida en la coherencia de vida de mis creencias con mis acciones me abre a la esperanza. Solo no puedo, solos no podemos, pero con Dios lo podemos todo. Y asombrosamente el Señor desea estar junto a nosotros para ayudarnos. Dios quiere nuestro crecimiento.
Cuando creemos en Dios, se disparan otros modos de fe. Son aquellos que nos animan a poner lo mejor de nosotros, a sostener el camino en la fidelidad, a transmitir con entusiasmo el deseo de alcanzar un desarrollo para todos los que habitan nuestro país. Hay tres cosas que me parecen fundamentales en este momento para que crecer no sea una utopía y los animo a pedirlas juntos a Dios, nuestro Señor, para que Él se haga nuestra roca firme donde apoyarnos:
- la fe en nosotros mismos y en todo lo que podemos hacer con las habilidades y capacidades que Dios nos dio;
- la fe en los demás, en su honestidad y bondad, más allá de que no siempre pensemos igual;
- la fe en nuestro futuro, como esperanza enraizada también en el Dios que no deja de obrar en la historia y en todas las personas de buena voluntad que intentan seguir sus caminos.
Que Dios, que es también la fuente de la fe, nos abra a su don y nos ayude a responder con fidelidad a la tarea que pone en nuestras manos cada día. Que el Buen Señor los bendiga a todos.