El P. Daniel Diaz, nuestro asesor doctrinal, nos anima a abrazar la verdadera libertad. En un mundo en constante transformación precisamos líderes empresarios que elijan mantenerse firmes a los principios y valores que nos propone el Señor.
Disponible enLa libertad como vocación y responsabilidad
Queridos amigos de ACDE
Uno de los valores fundamentales de la vida social es la libertad. La persona humana, creada a imagen de Dios, tiene una dignidad tal, que esta condición no le puede ser arrebatada sin robarle su misma vocación y la posibilidad de buscar su realización y plenitud. El llamado de Dios al hombre siempre demanda una respuesta que nadie tiene derecho a obstaculizar.
Vale aclarar, en medio de nuestra cultura tan individualista y hedonista, que la verdadera libertad no se trata de una justificación para la arbitrariedad y el descontrol. Es, por lo contrario, la capacidad que cada uno tiene para elegir el modo de alcanzar el bien, acorde a la verdad y a la justicia, en el respeto del bien común y hacia quienes hacen otras opciones, y haciéndose cargo de la responsabilidad que conlleva una elección.
Desde los inicios de nuestra fe, el tema de la libertad ha sido central para la experiencia creyente. Israel se constituyó como pueblo a partir de la liberación de sus opresores egipcios por una particular intervención divina. Fue a partir de allí que pudo reconocer el amor de un Dios que siempre escucha el clamor de quienes están sometidos a la esclavitud y compadeciéndose arbitra los medios, incluso con milagros y prodigios, para liberarlos.
Recuperada la capacidad de optar, ese pueblo llegó a ser “pueblo de Dios”. Esto quedo expresado en la Alianza del Sinaí y en el compromiso de cumplir los mandamientos. El camino “acordado” en las tablas de la ley no era una mera exigencia moral que expresara tan solo la sumisión al Señor. Era el modo de vida que podía permitirles sostener y conservar a través del tiempo la libertad que habían recibido como don.
Ya en tiempos de la Nueva Alianza, nos encontramos que San Pablo tuvo siempre una sensibilidad muy especial para con el tema de la libertad. Seguramente, lo que dio raíces sólidas a sus firmes convicciones, fue el haber descubierto un día, camino a Damasco, que pese a su deseo de ser profundamente religioso antes de conocer a Cristo, se había ido convirtiendo en un esclavo de leyes que no lo habían hecho crecer más que en la soberbia y en el odio.
En su carta a los Gálatas, Pablo les decía: “Esta es la libertad que nos ha dado Cristo. Manténganse firmes para no caer de nuevo bajo el yugo de la esclavitud” (Gal 15,1). Los invitaba así a valorar el don que habían recibido de Dios y los impulsaba a no dejar que las dificultades, los cambios de circunstancias y el mismo tiempo les arrebataran ese regalo. Él como nadie era consciente de cómo algunas veces podemos creernos libres aunque estamos inmersos en situaciones de esclavitud. Dejándonos llevar por creencias que nos condicionan y por una realidad que se nos impone, renunciamos a nuestra libertad y a nuestra capacidad y responsabilidad de elegir bien.
El mundo que habitamos, la sociedad que nos sirve de marco y la cultura de nuestro tiempo continuamente nos presentan un sinfín de “cosas nuevas”. No solo en lo estrictamente tecnológico sino, como consecuencia, en tantos nuevos modos de hacer todo que se advierten en múltiples ámbitos. Tan solo como ejemplo pensemos en el mundo del trabajo, en la forma de vender productos y servicios, en las actividades financieras que se generan. El ámbito de la empresa y de los negocios, y todo lo que los rodea, va mutando.
Frente a todos esos cambios es muy importante no caer en el error de considerar que esas transformaciones nos determinan de tal modo que solo nos cabe dejarnos llevar por la corriente. Un líder de empresa que no es capaz de sopesar las novedades y sus consecuencias, sin perder su libertad de elegir, está bajo grave riesgo de apartarse de su verdadera vocación cristiana y convertirse en esclavo de un sistema que muchas veces promueve la injusticia, la mentira, el egoísmo, la indiferencia.
En referencia a este tema el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia dice en su número 317: “…la doctrina social de la Iglesia recomienda, ante todo, evitar el error de considerar que los cambios suceden de modo determinista. El factor decisivo y el “árbitro” de esta compleja fase de cambio es una vez más el hombre, que debe seguir siendo el verdadero protagonista de su trabajo. El hombre puede y debe hacerse cargo, creativa y responsablemente, de las actuales innovaciones y reorganizaciones, de manera que contribuyan al crecimiento de la persona, de la familia, de la sociedad y de toda la familia humana.”
No es menor la tarea que en estos tiempos de tantas novedades se nos plantea. Discernir, proponer, revisar nuestro accionar en un contexto que no deja de modificarse, demanda de los líderes empresarios una atención permanente, una sujeción firme a los principios y valores que nos propone el Señor, y la astucia que nos permita anticiparnos y prever las dificultades, para corregir y denunciar las contradicciones con la dignidad humana que puedan irse generando en los nuevos contextos.
Ya cercanos a la fiesta de Pentecostés, fiesta del don del Espíritu Santo, pido a Jesucristo nuestro Señor que tal como nos prometió ruegue al Padre no nos falte su asistencia cada día, para que en Él encontremos la guía, la fortaleza y la sabiduría para poder elegir siempre los caminos de su voluntad.
Que Dios los bendiga a todos.