¿De qué trata este podcast?
Disponible enEl desafío de la convivencia
Queridos amigos de ACDE:
Cercanos ya a nuestro próximo Encuentro Anual y en relación con los temas que allí vamos a abordar, en esta ocasión quiero reflexionar con ustedes a partir del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, en su número 205. Aunque por su densidad de contenido, valdrá la pena luego abordarlo gradualmente, por fidelidad, quiero compartir primero el texto completo. Allí se nos dice:
“Los valores de la verdad, de la justicia y de la libertad, nacen y se desarrollan de la fuente interior de la caridad: la convivencia humana resulta ordenada, fecunda en el bien y apropiada a la dignidad del hombre, cuando se funda en la verdad, cuando se realiza según la justicia, es decir, en el efectivo respeto de los derechos y en el leal cumplimiento de los respectivos deberes; cuando es realizada en la libertad que corresponde a la dignidad de los hombres, impulsados por su misma naturaleza racional a asumir la responsabilidad de sus propias acciones; cuando es vivificada por el amor, que hace sentir como propias las necesidades y las exigencias de los demás e intensifica cada vez más la comunión en los valores espirituales y la solicitud por las necesidades materiales. Estos valores constituyen los pilares que dan solidez y consistencia al edificio del vivir y del actuar: son valores que determinan la cualidad de toda acción e institución social.”
En primer lugar, comienzo por invitarlos a reconocer la meta que se nos plantea: una convivencia ordenada, fecunda en el bien y apropiada a la dignidad del hombre. El convivir del mejor modo posible es una necesidad imperiosa para todos. La mala convivencia nos arruina la vida. Para esto, el “orden” es propuesto como un primer escalón hacia la paz, el equilibrio, la armonía. La resignación o aceptación del desorden como modo de vida habitual nunca llevan a buen puerto y tienen un alto riesgo de terminar haciéndonos caer en la violencia. Este orden no implica la pretensión de unicidad de pensamiento ni sometimientos de unos por otros, sino respeto, acuerdos mínimos para caminar juntos y paciencia para hacer procesos hacia el bien común deseado.
Dado el paso inicial es posible buscar la “fecundidad en el bien”, es decir, el desarrollo, el progreso. Sin crecimiento no hay nunca mayor riqueza y la convivencia se limita a una puja distributiva en un juego de suma cero. Desarrollo y distribución han de ser asumidos conjuntamente.
El tercer punto de nuestra meta será verificar la adecuación de su búsqueda al respeto de la “dignidad humana” en toda circunstancia. Esto nos librará de todas las tentaciones que pueden pretender acortar el camino reduciendo el objetivo a sólo algunos grupos o sectores de la sociedad. Las soluciones verdaderas nunca serán encontradas siendo indiferentes a los sufrimientos y necesidades de todos y cada uno de los que conforman la sociedad.
Con el objetivo clarificado, en segundo lugar nos detenemos en los valores que harán posible el cumplimiento del mismo: la verdad, la justicia y la libertad. Aunque parezca una obviedad vale la pena detenerse aquí. Respecto a la verdad, no se hace ningún desarrollo. Será que la verdad tiene una carga de evidencia tan fuerte que no necesita ser explicada. La tarea es asumirla aunque me incomode, aunque no coincida con mis postulados o aunque no tenga la respuesta a las preguntas que me plantea. Así de simple.
Respecto a la justicia se nos propone como valor el respeto “efectivo” de los derechos y el cumplimiento “leal” de los deberes. Son indispensables actos concretos que reflejen las ideas para no quedarnos en la teoría y una lealtad en las intenciones para que lo justo no sea solo una cuestión de formas sino una búsqueda perseverante y comprometida.
El valor de la libertad que se nos propone se une en la explicación a la responsabilidad y se hace camino para un ser humano llamado a ser señor de su destino y colaborador del Dios Creador, acercándose de ese modo a la dignidad altísima que Él pensó para nosotros al regalarnos la voluntad.
En su conjunto, verdad, justicia y libertad conforman un verdadero sistema, un círculo virtuoso. Ninguna puede ser sostenida a costa de las demás y el olvido de una, anularía el poder de bien de la otra y la transformaría en una mera fachada de apariencia lustrosa. Por otra parte el fortalecimiento de una, invita y facilita la vivencia de las demás.
En tercer lugar y por último la Doctrina Social de la Iglesia nos dice que la Caridad es la fuente interior de estos valores que hacen posible la meta anhelada. La convivencia puede cobrar Vida plena solo en la medida en que el amor nos hace entrar en verdadera comunión, tanto espiritual como material, con los demás, permitiéndonos sentir como propias sus necesidades, e inclusive, sus exigencias. Somos llevados del plano del “hacer” al del “ser”, y se nos invita a elevarnos de preocupaciones humanas filantrópicas a ser imágenes del Amor divino.
Aunque el objetivo es claro, la tarea puede resultarnos abrumadora. Sin embargo sólo si nos entusiasmamos y nos comprometemos con ella, podremos ir alcanzando una verdadera solidez y consistencia en la construcción del edificio de nuestra sociedad y en esa porción que es cada una de nuestras empresas. No tenemos que olvidar que esta Caridad a la que se nos invita es también Don de Dios. El Espíritu que obró maravillas en los comienzos de la predicación del Evangelio, es capaz de disipar nuestros temores e impulsarnos a esta nueva evangelización del mundo concreto que se nos ha confiado como líderes de esta sociedad.
Que Dios, nuestro Señor, los bendiga a todos y nos ayude a encontrar en su Amor la fuerza para seguir poniendo los ladrillos que hacen falta para poder vivir juntos en paz y lograr el desarrollo integral de nuestra Nación.