El P. Daniel Díaz, nuestro asesor doctrinal, nos invita a recorrer juntos los 70 años de ACDE, una historia en la que estamos firmemente unidos por la fe en Cristo y el deseo de que su Evangelio se haga cada vez más presente en el ámbito empresario.
Disponible enCristo en las empresas
Queridos amigos de ACDE,
En estos días celebramos los 70 años de nuestra asociación. El tiempo transcurrido nos invita a mirar con cierta perspectiva el recorrido, saliéndonos un poco del presente y el futuro inmediato que tan ocupados suelen tenernos, para ampliar nuestra mirada. Como cuando estamos frente a una pintura y para contemplar el conjunto de la obra de arte necesitamos encontrar la distancia justa: ni tan cerca que solo podamos ver algunos detalles, ni tan lejos que perdamos la capacidad de disfrutar de toda su riqueza. Los invito entonces a detenernos y mirar juntos nuestra ACDE.
En la distancia aparecen Enrique Shaw y todo el grupo fundador, acompañados por el P. Moledo. Dispuestos a aventurarse a lo nuevo, a comprometerse, a iniciar caminos sin certezas, con un enorme entusiasmo y esperanza. Sus ideas y objetivos eran claros, tenían la luz de Dios animándolos a hacer todo lo posible para que Jesús fuera el verdadero líder de sus vidas. Confiado en la misericordia divina los imagino ya como la ACDE del cielo, intercediendo por quienes aún peregrinamos en el camino de esta Argentina y este mundo que al igual que en su tiempo, siguen siendo un desafío constante.
Para no caer en la injusticia de solo nombrar a unos pocos, elijo no detenerme en nombres en particular y los invito a hacer otro camino. Creo que vale la pena regalarnos recorrer la historia concreta de cada uno de nosotros en ACDE. Les propongo que, según su propia experiencia personal, se tomen unos segundos y se detengan en lo vivido en el transcurso de estos años en que han sido parte de nuestra comunidad: recordemos las personas que nos convocaron, quienes nos recibieron y quienes caminaron a nuestro lado. Rememoremos a los que se hicieron referentes y nos dieron su ejemplo, a los que nos ayudaron a ser mejores dirigentes cristianos y también a aquellos a quienes pudimos haber ayudado a serlo. ¡Cuántas cosas buenas hemos vivido!
Hoy, somos muchos y muy diversos, pero estamos firmemente unidos por la fe en Cristo y el deseo de que su Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia se hagan cada vez más presentes en el ámbito empresario y en nuestras propias vidas. Ahora nos toca a nosotros. Somos los que Dios pensó para este tiempo, para este lugar y para los desafíos concretos que se nos proponen. Hay realidades que nos duelen y nos unimos para transformarlas. No nos conformamos, ni nos desanimamos aunque lo que nos proponemos sea lento y arduo. Juntos en nuestra entrega y con la ayuda del Señor sabemos que el Reino de Dios crece indefectiblemente.
Hoy celebramos y toda celebración es un festejo agradecido del pasado y del presente, que invita a renovar las convicciones, profundizar el sentido y desplegar aún más la propia acción. Sería vano alegrarnos por los 70 años recorridos sin que esto se haga fuente y manantial de un anhelo que nos lleve a ir más allá, a ser más lúcidos y coherentes, a buscar incidir más en quienes están a nuestro alrededor, a ser motores de la conversión que nuestra sociedad necesita.
Me pregunto que nos pide Dios en este tiempo y elijo tres cosas para compartir aquí.
En primer lugar, frente a la actual y fuerte demanda social de líderes creíbles y unidos, resuena en mi corazón la invitación del Señor: “Sean uno para que el mundo crea”. Nos es esencial seguir aunando voluntades. Estoy convencido que son muchos los líderes empresarios que viven movidos por la fe cristiana y los valores del Reino que Jesús nos propuso. Y muchos también los que tienen búsquedas similares a la nuestra desde otras creencias o su buena voluntad. No todos saben de nosotros, no siempre nos conocen de verdad, no con todos tenemos contactos. Necesitamos buscarlos y convocarlos, entusiasmarlos y asociarlos a nuestra misión.
En segundo lugar, el clamor por una falta de bienestar cada vez más generalizado impone una seria revisión del modo en que se han venido manejando nuestro país y nuestro mundo. Palabras como “desarrollo” y “bien común”, parecieran haber sido relegadas al ámbito de las utopías. Es indispensable generar una sociedad sustentada por los valores evangélicos, con centro en las personas, donde el trabajo digno y la buena educación, la atención de la salud y la justicia sin condicionamientos sean lo ordinario y no lo excepcional. Las excusas para no hacerlo ya han demostrado a dónde nos llevan. No se trata de demonizar la política o la economía sino de discernir en ellas lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto, denunciando el mal y construyendo en el bien. Ser profetas implica proponer en toda circunstancia, sin temor, el Evangelio que se nos confió. “Vayan y anuncien!” nos vuelve a decir Jesús. Tenemos que dirigir nuestras empresas y esta sociedad hacia un nuevo rumbo.
En tercer lugar, esa dirección en la que buscamos sentido, felicidad y paz, para nosotros y para todos, no es sino el mismo Cristo. No solo proponemos vivir con valores cristianos, sino que nos hacemos puente para que todos se encuentren con el Señor. Llevar el nombre de cristianos es buscar que la unción del Espíritu de Dios lo colme todo, en nosotros y a nuestro alrededor. Es ser bautizados, sumergidos completamente en un modo de entendernos a nosotros mismos y la realidad en que estamos inmersos. El compartir la vida y la fe, entre nosotros y con los demás, se hace entonces fuente de firmeza y fidelidad para quienes hemos decidido acompañarnos y ayudarnos a vivir unidos a Cristo.
Les deseo a todos “¡Felices 70 años!”, ¡ y que cumplan muchos más! Colmados siempre por la bendición de Dios.