Queridos amigos de ACDE,
La Navidad nos invita a celebrar un nacimiento. Si el ser testigos de la llegada al mundo de un ser humano siempre nos conmueve, este alumbramiento en particular debería realmente conmocionarnos sin importar la cantidad de veces que lo hayamos revivido. El Niño de Belén es la puerta de entrada a un Misterio inmenso porque quien nace ha existido desde siempre y vive para siempre, pero al reconocerlo hoy su eternidad irrumpe en nuestra historia.
El que se nos presenta es el Hijo eterno de Dios, que para asumir nuestra realidad y redimirla, comienza por hacerse presente entre nosotros desde la pequeñez, la debilidad y la indefensión. Sus manos son muy pequeñas y apenas puede asir algo, sus pies y piernas no le permiten aún caminar, sus ojos ven todavía borroso. Por eso depende absolutamente de quienes lo rodean. Ha asumido y atraviesa todos los límites de un bebé, pero a pesar de esto ya es el Dios con nosotros que nos Salvará.
Son muchas las realidades que, en cada uno, en nuestras familias o actividades y en nuestra sociedad necesitan renacer en esta Navidad. Seguramente quisiéramos ver frutos inmediatos, pero solo podremos avanzar lentamente, entre temores y dudas, rodeados de muchos límites. ¿Acaso no es esta la dinámica que el mismo Dios aceptó en la encarnación? Crecer demandará paciencia, fortaleza, fidelidad y sabiduría.
Así como en el Niño de Belén descubrimos a nuestro Salvador, pidamos en este tiempo la gracia de reconocer en nuestras búsquedas de un mayor desarrollo y bienestar para todos, en nuestro compromiso por generar trabajo digno, con honestidad y en justicia, y en nuestra actitud de fraternidad y solidaridad hacia los más marginados, que ya está creciendo el Reino de Paz que Jesús trae para todos. ¡Muy feliz Navidad para todos y que el Niño Dios los bendiga!
P. Daniel Díaz
Asesor doctrinal de ACDE