Siempre resulta un ejercicio desafiante explicar Argentina a un extranjero. Tierra privilegiada, presenta una realidad que no se compadece con su historia: infraestructura y pobreza propia de otras geografías, inseguridad e inflación persistente que, como causa o consecuencia, corroen la vida diaria y diluyen los vínculos sociales de manera silenciosa pero eficaz.
Lo paradójico es que el país ofrece talentos individuales o colectivos que ganan relevancia mundial; nuestros productos alimentan muchas latitudes o somos visitados por turistas que reconocen la calidez y calidad de nuestra gente y entornos naturales, sin olvidar la generosidad de esta tierra al recibir millones de compatriotas que buscaron aquí y lo siguen haciendo un mejor destino.
El debate público se ha radicalizado y nuestros líderes, sean políticos, empresarios o sindicales, compiten en marcar diferencias, tanto mejor si estas posturas lucen irreductibles; pareciera que para ganar la atención sólo vale la descalificación y demonización del pensamiento alterno.
¿Existen razones históricas, sociales o ideológicas para explicar cómo discrepancias razonables y vitales no logran, en un ámbito democrático, conciliarse en beneficio de todos?, ¿es real la controversia o una apelación de los medios para captar y retener audiencias?, ¿somos una rara avis o ésto ocurre en otras latitudes, más en tiempos de
Trump, Brexit o Cataluña?
¿Qué es Argentina, la cuna del diálogo interreligioso o las canchas de fútbol vedadas para los visitantes? ¿Somos un país abierto al migrante o una sociedad cercada por guettos? ¿Cooperamos para explotar el conocimiento, como lo hace el campo o el mundo digital, o buscamos el «sálvese quien pueda»?
Cómo congeniar desarrollo y equidad; inclusión e innovación; urgencias e importancias; futuro y presente.
La Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE) reúne individuos convocados en trabajar por el bien común y en nuestro próximo Encuentro Anual «Hacia una Argentina integrada y plural» nos propusimos debatir sobre esta creciente intolerancia que prendió entre nosotros: cómo recuperar el afecto social y promover el diálogo como estrategia para fortalecer la concordia nacional y volver a ser un proyecto único de país.
Para ello convocamos protagonistas que aportan visiones contrapuestas y duras en muchos casos, pero siempre con respeto y honestidad intelectual, para invitarlos a dialogar, compartir buenas experiencias y buscar coincidencias que sanen esta dolorosa grieta abierta entre compatriotas.
Necesitamos recuperar el tiempo perdido y corregir conductas que solo garantizan volver a tropezar con viejas y conocidas piedras como el llamado «pensamiento único», efectivo atajo de corto plazo, pero garantía de inestabilidad y enemigo mortal de la sustentabilidad de políticas públicas.
Nada será realmente distinto si no estamos dispuestos a cambiar. Desde ACDE alentamos que el cambio comience en uno y en recuperar el valor de conocer y atender la opinión -no del cercano- sino del distante, buscando en ella lo que nos enriquece y nos hace mejores.
Para muchos esta actitud puede parecer inocente o incluso débil. Pero resulta imprescindible rescatar la diversidad de nuestra gente, apostando por un camino nuevo, circunstanciales resultados que, muchas veces, no resultan conducentes.
No son tiempos para victimizarse o exigir soluciones a terceros, menos para cruzarse de brazos en una mezcla de confianza o resignación; por el contrario, son tiempos para ponerle el hombro al país, dejar de lado viejas controversias, egos y matices y trabajar juntos la solución a este laberinto que hemos construido, sabiendo que de él debemos salir todos.
Tenemos la capacidad, el momento es propicio y la sociedad nos observa y espera conductas ejemplares de nuestra parte.