Por un empresariado sustentado en valores

Por Julián D’Angelo

El Día del Empresario Nacional se celebra este año en una coyuntura muy particular para el mundo de los negocios. Por primera vez, numerosos funcionarios de reconocidas empresas argentinas aparecen involucrados en uno de los escándalos de corrupción más grande de nuestra historia, cuyas consecuencias todavía no pueden ser plenamente dimensionadas. Un hecho que vuelve a poner en cuestión a la dirigencia empresaria, en un país donde, según el Barómetro de Confianza de la Consultora internacional Edelman, solo el 44% de la población confía en sus empresas.

La fecha elegida por ley para esta celebración, 16 de agosto, recuerda la fundación, en 1953, de la Confederación General Económica. Los orígenes de esta entidad están relacionados con una mirada política que pretendía reivindicar un modelo empresario con conciencia nacional, contrapuesto a la Unión Industrial Argentina fundada a fines del siglo XIX.

Pero también, en 1952, meses antes de la fundación de la CGE, 67 directivos, encabezados por el empresario Enrique Shaw, dieron origen a otra importante entidad empresaria argentina: la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE). Esta asociación, a diferencia de las otras mencionadas, no agrupa a empresas, sino que los miembros son dirigentes y su objetivo no es defender los intereses sectoriales de los empresarios, sino que se planteó como misión ayudar a los directivos de empresa a vivir de manera coherente su vocación emprendedora y su fe.

Precisamente el ejemplo y el compromiso de estos hombres y mujeres son útiles en la búsqueda de las raíces de un empresariado nacional sustentado en valores y con un sólido comportamiento ético, como el que tanto hoy nos hace falta.

Enrique Shaw fue el primer presidente de ACDE, a pesar de su juventud. Había comenzado su labor empresaria pocos años antes, luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial. Trabajó en diferentes empresas, ocupó cargos en el directorio de varias de ellas, se desempeñó principalmente en las reconocidas Cristalerías Rigolleau, donde llegó a ocupar el cargo de director delegado, hasta su repentino fallecimiento, en 1962. Abrazó los principios de la doctrina social de la Iglesia, aún antes de transformarse en empresario, y toda su vida —familiar, empresarial y comunitaria— fue un ejemplo de coherencia y entrega al otro. Reconocido siervo de Dios, se encuentra en trámite en el Vaticano su causa de beatificación y canonización, que lo puede llevar a convertirse en el primer santo empresario del mundo.

Para él, la empresa era una comunidad de vida, instrumento de dignificación de la persona, hogar de relaciones humanas, escuela de prudencia y responsabilidad y no un juego de funciones técnicas coordinadas de forma anónima. Sostenía que la empresa era una conjunción de tres realidades inescindibles: una realidad económica, una realidad humana y una realidad comunitaria. Y el objetivo no podía ser exclusivamente la maximización del beneficio, sino alcanzar el máximo de resultados positivos en las tres dimensiones.

En sus obras y conferencias planteaba que la misión del dirigente de empresa estaba vinculada con el cumplimiento de tres deberes: el de servicio, de progreso y de ascensión humana.

Enrique Shaw fue un pionero de la responsabilidad social empresaria. Incluso yendo un paso más allá, al demostrar que los postulados de la doctrina social no son solo teóricos, sino que también son operativos y absolutamente aplicables.

Por estos motivos muchas instituciones, y no solo ACDE, siguen hoy manteniendo vivo su legado como ejemplo para las actuales y futuras generaciones de directivos de empresas y, en este sentido, la Universidad Católica de Cuyo ha creado la primer Cátedra Abierta de Administración que lleva su nombre en el país, en su Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de San Luis.

En estos tiempos de desconfianza, de arrepentidos y de bolsos, es necesario encontrar ejemplos intachables que nos permitan construir un nuevo modelo empresario nacional ético, con valores y comprometido con nuestro tiempo y su gente.

El autor es licenciado en Administración (UBA), coordinador ejecutivo del Centro Nacional de Responsabilidad Social Empresarial de la Universidad de Buenos Aires y director de la Cátedra Abierta de Administración «Enrique E. Shaw», Universidad Católica de Cuyo- San Luis.

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