La pobreza es una deuda de la democracia

Nota de Juan Pablo Simón Padrós, Presidente de ACDE, en La Nacion.

La cantidad de pobres en la Argentina hacia fines de 2014 superaba los 11.000.000 de personas y alcanzaba el 28,7 % de la población total del país, según el último estudio del Observatorio de la Deuda Social de la UCA dado a conocer esta semana. Es una cifra que nos llena de tristeza, porque era factible eliminar dicha pobreza o disminuirla a cifras muy pequeñas pero no se eligió la política adecuada para este fin.

Si bien es un problema de larga data, hemos gozado de más de una década de extraordinarios precios de las materias primas que exportamos, que nos brindaron recursos extraordinarios por cerca de US$ 200.000 millones adicionales a lo esperado en ese lapso.

Esos fondos no requieren la formación de recursos para devolverlos en el tiempo, como sería el caso de haberlos obtenido contrayendo deuda pública. Son producto de las circunstancias internacionales y sobre todo se explican por la menor pobreza en otros países, por el gran derrame del crecimiento económico sobre la situación de los pobres logrado por los países del sudeste asiático, principalmente por China.

A pesar de los recursos extraordinarios que hemos gozado, no hemos podido reducir las cifras de pobreza por debajo de las que se registraban en 1999 y, mucho menos, volver a las cifras de pobreza de 1983, de apenas el 5-7%. Por supuesto, la pobreza es menor que en el pico de la crisis de 2002, donde llegó al 56%, pero las cifras actuales aun marcan una pobreza muy cercana al 30% de la población total; un nivel inaceptable. Una verdadera deuda social de la democracia argentina a través de sus 32 años de vigencia en esta nueva etapa.

¿Qué fue lo que pasó? Se usaron los recursos ordinarios y extraordinarios para subsidiar el consumo, para dar un ingreso aunque sea pequeño a la mayor parte de la población, para cobrar las servicios públicos muy por debajo del costo (colectivos, subtes, agua, gas natural, electricidad, etc.). Esto permitió que la gente diera el apoyo en votos al oficialismo, pero no disminuyó la pobreza.

Como la pobreza se mide comparando los ingresos de las personas o las familias con el nivel de costo de vida respectivo, cuando empezó a crecer la inflación a cifras muy altas, se negaron esas cifras y se dibujó un nivel más bajo de inflación. Entonces el costo de vida oficialmente calculado se retrasó con respecto a la realidad. Este hecho es tan así que la última medición oficial de pobreza data de varios años atrás (2013) y ya en esa época solo indicaba un 4,7 % de pobreza. Posteriormente no se dio a conocer la versión oficial de pobreza, pues la cifra hubiera resultado, posiblemente, ridícula.

¿Qué es lo que hay que hacer? Ocupar productiva y formalmente a toda la población, este es el verdadero remedio contra la pobreza. Los subsidios son necesarios y estamos de acuerdo con ellos para los momentos de crisis, como 2002, 2003 y algunos años más, pero seguir con gran parte de la población subsidiada 13 años después de la crisis, implica el reconocimiento indirecto del fracaso de la política aplicada. Un país no puede vivir con la población permanentemente subsidiada.

Hay que concientizarse de que la inversión es una prioridad real. Se requiere inversión formal y la creación de empresas sustentables y competitivas, se requiere crear valor agregado, en otras palabras, se requiere creación de puestos de trabajos formales y productivos y así poder terminar definitivamente con la pobreza. Esto es posible en nuestro país, todos los recursos están disponibles. Falta ordenarlos apropiadamente y se podrá comprobar el gran salto hacia adelante del país y además a toda la población ocupada y sin más desempleo que el que normalmente se produce al cambiar de un trabajo a otro.

Lo podemos hacer, lo debemos hacer, no podemos dejar pasar la oportunidad de eliminar la pobreza del país. Hace falta lograr el cumplimiento de las normas establecidas en nuestras instituciones, el respeto por las leyes, la orientación del país hacia la inversión y en poco tiempo nos encontraremos con un país moderno, sin desempleo y sin pobreza.

En síntesis, una auténtica recreación de la cultura del trabajo. Un país en paz con la gente feliz al menos en el aspecto económico y pudiendo consumir con un buen nivel de vida, pero ganado con el trabajo y el esfuerzo propio, que es lo que da dignidad a las sociedades y los individuos.

 

Para ver la nota en La Nacion haga click aquí.