El compromiso con un país sustentable

Columna de Jorge La Roza, Presidente del XIX Encuentro Anual de ACDE, para el diario Cronista.

Si hablar en términos de sustentabilidad suena a algo importante, el compromiso con las decisiones que apuntan a construir una sociedad que con el tiempo vaya evolucionando como un lugar mejor, lo es mucho más. En términos del Papa Francisco, en su última encíclica Laudato si, es ir contribuyendo ‘a la casa común’, no sólo mediante los enunciados sino sobre todo de las conductas. Y también resulta indispensable desterrar la idea de que la sustentabilidad es un término que se refiere a cuestiones ecológicas que sólo interesan a una elite verde desacoplada de los avatares cotidianos en un país en el que ese pensamiento suena a lujo más que a necesidad.

Por el contrario, Amartya Sen (1933- ), Premio Nobel de Economía 1998, explica que la sustentabilidad para una sociedad significa “la existencia de condiciones económicas, ecológicas, sociales y políticas que permitan su funcionamiento de forma armónica a lo largo del tiempo y del espacio”. O sea, una armonía que pueda darse entre las generaciones actuales y las futuras; entre los diferentes sectores sociales y entre la población con el ambiente en el que se desarrolla. En ese sentido, queda desvirtuado el sentido de la sustentabilidad cuando la riqueza es un juego de suma cero, en el que unos ganan lo que quitan a otros o en el que el bienestar de un grupo se facilita a costa del de otros. O en el que el desarrollo se haga a costas de la sobreexplotación de los recursos finitos o más allá de sus posibilidades de renovación.

En lo económico, promover prácticas sustentables se resume en la generación de riqueza en forma y cantidades adecuadas; el uso eficiente de los recursos, la descentralización y diversificación de la capacidad productiva y el fortalecimiento de una actividad económica equilibrada (entre producción y consumo) en todos los niveles. En lo social, consiste en la adopción de valores que generen comportamientos armónicos entre las personas y con la naturaleza, promoviendo un desarrollo digno de las posibilidades educativas y culturales con un fuerte acento en la concientización de estos problemas. Los agentes de la producción en general y los empresarios en particular tienen la responsabilidad de asumir el rol de ejecutores de muchas de estas acciones pero sobre todo la de involucrarse decididamente en la concreción de los cambios. Es tomar como suyo este compromiso, no ya de manera corporativa sino como algo personal. En ese sentido, Francisco nos recordaba que “el desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar” (Laudato si, #13).

Desde ACDE hemos promovido desde el año pasado un sueño con forma de un proyecto: el Compromiso Personal Empresario, que consiste en la adhesión de los empresarios, profesionales y emprendedores ligados al mundo de la producción, de unos propósitos de conducta para con la sociedad que asumimos personalmente y de manera pública.

Los cambios son posibles pero si empiezan por nosotros mismos. Ese será, también, el propósito del Encuentro Anual de ACDE que realizaremos el próximo 29 de junio y en el que convocamos a la dirigencia a empezar a asumir un rol protagónico y no de meros peticionantes. Porque, volviendo a citar al Papa: “Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honesto” (Laudato si #229). Nos toca encontrar, con ingenio y esfuerzo las diagonales entre lo factible y lo deseable, entre el bienestar presente y el de nuestros hijos. En síntesis, asumir el rol dirigencial también buscando un país más sustentable. En el modelo del empresario innovador y constructor del bien común, este es el mandato actual.

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