El Padre Daniel Díaz, nuestro asesor doctrinal, reflexiona sobre la felicidad a la luz de las bienaventuranzas. Dios nos quiere felices, aunque nuestra experiencia de vida parezca contradecirlo algunas veces. Debemos descubrir los motivos que tenemos para agradecer y, con la ayuda del Espíritu,anunciar esa felicidad en los ámbitos de trabajo.
🔊 Te invitamos a escucharlo, haciendo clic en tu plataforma de podcast preferida
Queridos amigos de ACDE,
En estos últimos días he vuelto a detenerme en el pasaje evangélico de las Bienaventuranzas. Debo confesar que a pesar de su belleza literaria y centralidad en nuestra fe, siempre me ha resultado un desafío arduo ahondar el misterio que en él se nos revela, en palabras muy sencillas pero que exigen un cambio de mirada tan radical y demandan una profunda conversión de la mente y el corazón. Quisiera en esta ocasión compartir con ustedes algunas reflexiones a partir de esto.
Vayamos al texto. Tomo el evangelio según san Mateo 4,25-5,12. Al comenzar se nos describe un marco que llama la atención y quiere resaltar la importancia de lo que va a ser anunciado. Hay mucha gente y ha llegado desde lugares muy diversos. Esto que se dirá es para todos. Jesús los ve, ve su realidad, su situación, su búsqueda. Sube entonces a la montaña, al lugar donde Dios entra en contacto con los hombres y se sienta, asumiendo la actitud del maestro. También quienes lo rodean entran en una disposición especial: se acercan a él como discípulos, se aprestan a escucharlo para aprender. Jesús comienza a hablar y repite una misma palabra muchas veces: “felices”. Hay ya aquí una buena noticia: a Dios le importa nuestra felicidad. No es nada menor. Nuestra experiencia de la vida, parece muchas veces querer desdecirlo. Nos pasan miles de cosas que, sentimos, nos roban y hasta hacen inaccesible la felicidad. Aparecen las dudas y nos cuestionamos: ¿Será que de verdad Dios me ama y me quiere feliz? A veces tan solo podemos hacer un profundo acto de fe para sobreponernos a la angustia y repetirnos a nosotros mismos que no debemos desconfiar, que Dios nos ama y quiere nuestra felicidad. Pero entonces queda pendiente la pregunta… ¿cómo se entiende?
Detengámonos primero en distinguir de qué se trata la felicidad de la que Jesús nos habla. El término griego MAKARIOS se refiere a la experiencia de un bienestar pleno, más centrado en lo espiritual que en lo material. No es algo provisorio o limitado. Va mucho más allá de lo terreno. Abarca la paz interior, la satisfacción con la propia vida, la liberación de ansiedades y angustias y, en último término, la unión con Dios, fuente de todo bien. Por eso mismo, no es algo pasajero sino que está relacionado a lo permanente, a la eternidad. Pero, llegados aquí, hay que reconocer que esa definición parece dejarnos incluso más lejos de nuestra realidad de cada día.
Como si faltara algo, Jesús vinculará la “felicidad” a un sinnúmero de razones que frecuentemente consideramos de infelicidad para nosotros: la pobreza, la aflicción, el tener que seguir esperando lo deseado, el aspirar a una justicia inexistente, el tener que perdonar, el ver todo distinto a como ven los demás, la persecución por ser justo. Casi parecía una ironía el unir estos términos a la bienaventuranza. La clave de lectura aparece sobre el final del texto: “Alégrense y regocíjense entonces porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo”. La llave que nos abre a la comprensión de lo que Jesús nos dice es el futuro, un futuro cierto, asegurado. Tan así que disipada toda duda e inseguridad de alcanzar el don del Cielo, se vive en presente la alegría que solo resta aguardar. Además, cada motivo de dificultad se revela como un paso necesario y hasta indispensable, para poder alcanzar este destino. Por si la explicación no bastara el Señor invita a mirar el camino de los profetas que nos precedieron. En ellos sucedió exactamente lo mismo.
Quiero traer las bienaventuranzas a la realidad de nuestra actividad en el mundo de la empresa. Jesús nos dice hoy: “¡Felices ustedes!”. Declara una realidad posible que depende de nuestra propia decisión. Podemos elegir vivir reconociéndonos felices y agradecidos. Lo contrario es la cultura de la tristeza, la queja y la crítica. Cuando esta se hace constante nos carga con una sensación de frustración y fracaso que nos impide ver la obra de Dios a nuestro alrededor y en nosotros mismos. Nos desanima y paraliza. En cambio, esa misma adversidad vivida en la voluntad divina, puede ser descubierta como camino hacia la Gloria.
Si nuestra mirada se descentra, podemos quedarnos en infinidad de motivos para la infelicidad: las legislaciones que no nos ayudan, las injusticias que sufrimos, las dificultades financieras y económicas, los conflictos de todo tipo, etc., etc. En cambio, si nos habita la certeza de que viviendo todo esto en Dios, Él mismo se hará Señor de nuestra historia y nos irá llevando hacia donde es mejor ir. No se tratará de tener una mirada fantasiosa de la realidad, sino por el contrario, de poseer la capacidad de ver más allá y reconocer lo que vendrá en el futuro.
Los invito a mirar su presente con la confianza de saber que está habitado de múltiples razones para la felicidad, para la alegría, para la paz. La misma sabiduría y fortaleza que Dios nos regala como dones para superar todo lo que parecer desdecir esto son una respuesta que lo transforma todo. Y esta es una felicidad que debe ser anunciada, transmitida, atestiguada en nuestros ámbitos de trabajo. Con la ayuda del Espíritu seremos capaces de cambiar esos climas de permanente enojo y agresividad que nacen de la errada percepción de que todo y todos están en nuestra contra, para dar lugar a todo lo bueno que nos genera el saber que Dios todopoderoso ya se puso de nuestro lado.
Que el Buen Dios les conceda descubrirse bendecidos y acompañados, sostenidos y guiados en sus caminos de servidores de Jesucristo que viven el mundo de la empresa siguiendo siempre sus pasos