El Padre Daniel Díaz, nuestro asesor doctrinal, nos invita a reflexionar sobre el lema del 27° Encuentro Anual ACDE, incentivándonos a tener fe en nosotros mismos mismo, en Dios y en los demás.
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Queridos amigos de ACDE:
Hace poco más de un año se promulgó en nuestro país la ley que instituye el 27 de agosto, como “Día
Nacional de la Comunidad Empresarial”. Me parece luminoso que al elegir una fecha se haya escogido la del fallecimiento (desde la mirada cristiana podríamos decir la Pascua) de Enrique Shaw. Se propone así su figura como inspiradora de una celebración que es al mismo tiempo una propuesta. Es una ocasión para revalorizar la concepción de cada emprendimiento y empresa, y la de todo su conjunto, como un espacio de Comunión.
Vivimos en un tiempo de individualismo extremo. Es una verdadera enfermedad del mundo que nos toca y el ámbito empresario no solo no es ajeno a esto sino que suele ser uno de los espacios más tentados por esta desviación de una justa valoración del individuo. Cuando se lleva a un extremo el sano cuidado de uno mismo o del entorno más próximo, poniéndolo por encima de todo lo demás, se entra a un círculo autodestructivo en el que buscando el propio bien cada vez nos alejamos más de nuestro objetivo.
Esto se debe a que el bien del individuo nunca se logra alcanzar a través de la prescindencia de su entorno. El verdadero bien se revela justo en la intersección del cuidado de lo propio, con el cuidado de los demás y el cuidado de lo común. No es ni más ni menos que el cumplimiento del mandamiento del Señor de amar al prójimo como a uno mismo. La Doctrina Social de la Iglesia encuentra en el Bien Común el objetivo principal de la sociedad.
Uno puede validar esta afirmación por vía negativa. Cuando la prioridad del individuo, aplasta lo que es más conveniente para la comunidad, la sociedad se transforma en un conflicto permanente de intereses. Los equilibrios que muchas veces se presumen en teoría alcanzar mediante el juego libre de los actores nunca se logran cuando en la realidad siempre hay quienes tienen un poder superior y se imponen. Es allí donde la ley debe regular las garantías mínimas que hacen a la dignidad humana, a la justicia social, a los derechos humanos, a la distribución equitativa, a la protección del medio ambiente. Es también allí donde en términos de fe, el don de la libertad se hace espacio para dar lugar a una conciencia que se plenifica en la fraternidad y la solidaridad.
Una sociedad que tiene presente la centralidad del Bien Común podrá aspirar a la unidad (aún en medio de la diversidad), podrá ser respetuosa de la justicia sin instrumentalizarla en propio beneficio, podrá construir la paz y generar estabilidad. Todas estas son condiciones necesarias para que cada persona sin excepción pueda aspirar a ese desarrollo integral para el que Dios la trajo al mundo.
Entender a cada empresa y emprendimiento como una Comunidad nos lleva a una conversión de todos
nuestros vínculos. No se engaña a quien es uno conmigo, ni se abusa de él en ninguna forma. Esto sería como autoflajelarse. Se busca su bien, como se busca el propio, porque se comprende que es lo mismo. Y cuando ese bien beneficia a los dos, a muchos, a todos, su logro se muestra con mayor posibilidad de éxito, con más impulso en la búsqueda y con mayor alegría y sentido en el encuentro que de allí brota.
Llevar esto a la práctica es un verdadero desafío. Implica ver lo que compramos desde la lógica del
proveedor, ver lo que producimos desde la conveniencia del cliente, ver los sueldos desde la necesidad de los obreros y empleados, ver los impuestos desde la lógica del Estado. Y al ver al otro, saliendo de la lógica del espejo, mostrarnos en las propias necesidades e intenciones. De esto se trata ser comunidad en nuestro lugar. Una comunidad que también ha de ser un anhelo para el conjunto de las organizaciones donde la lógica de la competencia se transforme en una lógica de la colaboración.
Me escucho a mí mismo y me siento ante una utopía. Y sin embargo esto no es más que el Evangelio en la empresa, en la sociedad. Si cada familia es una Iglesia doméstica, porque no puede ser cada empresa, a su modo, un lugar de presencia de Dios y de vivencia de su amor en fraterna comunión. Para esto es
imprescindible que se conforme una comunidad.
Los invito a repensar en estos términos sus actuales espacios de trabajo, de decisiones, de relaciones. ¿Sería posible vivirlos como comunidad? ¿Qué haría falta? ¿Cuáles son los pasos que puedo dar en ese sentido? ¿Me animaría a manifestar esta propuesta a quienes están llamados a conformar esta comunidad conmigo? Si estuvieran solos con sus propias fuerzas esto sería imposible. Pero ustedes están habitados por el Espíritu de Comunión, en el que todo es posible.
Que Dios, queridos hermanos, los bendiga con su presencia y su ayuda a toda la comunidad empresarial y a cada unos de los lugares donde los está llamando a vivir en una mayor comunión de vida y amor.