Poner el corazón en acción

El Padre Daniel Díaz, nuestro asesor doctrinal, nos invita a reflexionar sobre cómo la Fe en el corazón anima a transformar la realidad y a construir el Reino de Dios desde nuestra actividad cotidiana.

Queridos amigos de ACDE,
Se acerca nuestro Encuentro Anual. La semana próxima nos reuniremos bajo la consigna “Creer para crecer”, con el deseo de renovar la cultura empresarial argentina desde nuestros valores y nuestra fe cristianos. En la espera de que sean muchos los que se sumen a la propuesta me pareció interesante detenerme en una frase que atraviesa los propósitos del encuentro. Es la invitación a “poner el corazón en acción”. Creo que si cada uno logramos dar al menos un paso más en ese sentido, el resto de todo lo que necesitamos estará más cerca.
Hablar del corazón en su aspecto simbólico nos lleva a un sinfín de posibilidades. En la Biblia el órgano físico se transforma en sujeto que siente y piensa, padece y desea, que va tras un propósito, que ama y se entrega. Es tan vasto el espectro que abarca su acción que es difícil alcanzar una definición completa. Tal vez se pueda sintetizar su tarea con la imagen de una puerta. A través de ella sacamos hacia el exterior todo lo que vivimos interiormente y, a su vez, por ella ingresa a nosotros todo aquello que nos rodea y con lo que nos vinculamos.
Pero el corazón también puede enfermarse y uno de sus males más difundidos en nuestro tiempo es el que lo hace cerrarse sobre sí mismo. Las razones pueden ser diferentes. Algunas veces prima la búsqueda de todo lo que es placentero, cómodo, fácil y se descarta todo lo demás. En otras, las heridas sufridas han terminado por hacerle perder de vista la felicidad que brota del encuentro con el otro, del servicio como misión, del compartir y entrar en comunión. Sin un propósito más profundo que la mera sobrevivencia con el agregado de pasarlo del mejor modo posible, el corazón, lo sepa o no, está un poco muerto.
Vivimos en una pandemia de aislamiento y soledad, amontonados pero no juntos, constantemente desencontrados. El remedio es la Fe, que a su vez servirá de vacuna para los futuros virus en que puedan mutar el egoísmo y la indiferencia. Ella nos regala una mirada distinta sobre nuestra realidad, una mirada que parte de la confianza en Dios y que redescubre a nuestro entorno como el ámbito de nuestra misión. En la fe el corazón vuelve a animarse a la aventura de transformar la realidad y construir el Reino de Dios desde nuestra actividad concreta cotidiana. Un corazón estático queda fijado en la frustración de nuestros límites y la percepción de que lo necesario es imposible, queda detenido en los miedos a los riesgos que implica soñar y esperar que las cosas sean diferentes y mejores. Está destinado a la inactividad, o a lo sumo a una actividad sin plenitud ni eficacia. La fe en Dios es liberadora porque ante su Poder todas las murallas que impiden su voluntad de poner todo su amor en acción, tarde o temprano caen. Un corazón sano será capaz de abrirse a los demás incluso aunque esto implique exponerse a posibles heridas. Será un corazón que puede ser puesto en acción y se hará verdadera puerta por la que salgamos al encuentro de los otros y por la que otros puedan entrar en nuestra vida, nuestros intereses, nuestras búsquedas. Para quienes tienen la tarea de decidir en las empresas y organizaciones, y quieren vivir su misión cristianamente, el mantener la puerta abierta es una condición irrenunciable.
La puerta de una oficina siempre abierta o siempre cerrada puede tener una carga simbólica muy fuerte. La cerramos cuando no queremos escuchar a los demás, cuando deseamos no ser interrumpidos en lo que nos interesa a nosotros, cuando evitamos ser vistos, cuando nos bastamos solos y prescindimos de toda colaboración. Esa puerta también está cerrada para quien desde el interior no solo no recibe a los demás sino que tampoco es capaz de salir, acercarse y darse a los demás. A veces, nuestro modo de manejarnos puede delatar una actitud interior del corazón. Vale la pena pensarlo.
Para terminar, en ocasiones nos hemos transformado en una sociedad de puertas cerradas. Cerradas al mundo, cerradas a los que piensan distinto, cerradas a las necesidades de los que más sufren, cerradas al respeto de la dignidad de los demás, cerradas al respeto a la creación. Los cambios sociales y culturales que afectan todo el entorno de las empresas son una verdadera oportunidad de cambio y conversión a la fe. Abrir las puertas a las nuevas tecnologías, los nuevos modos del trabajo, de la comunicación pueden ser el marco en que el corazón de cada ser humano se decida a estar más abierto a todos.
Que Dios bendiga a cada uno de uds., bendiga a nuestro próximo encuentro anual y a todos los que
participarán en su preparación y realización.