Palabras del Padre Carlos Bernal luego de la Declaración de Villa Leyva

Compartimos la primera Reflexión del Padre Carlos Bernal, Asesor Doctrinal de UNIAPAC, luego del Simposio organizado entre CELAM y UNIAPAC.

DECLARACIÓN DE
VILLA DE LEYVA
El SIMPOSIO: LA PALABRA ORIGINAL

A lo largo de estos meses, me he propuesto comentar algunas afirmaciones que expusimos, hace unas semanas, en la “Declaración de Villa de Leyva”. Hoy, comienzo por el principio. La palabra fundamental de esta declaración, quizá la más elocuente, la original que sustenta y da sentido a todas las demás palabras del texto es el acontecimiento mismo, el hecho de nuestro simposio; su celebración.

No es frecuente –sino, para muchas personas, sorprendente- que obispos y empresarios se reúnan para reflexionar cómo salir juntos en misión a establecer el Reino de Dios en nuestra bella, compleja y dilatada América Latina. Puede que se reúnan ocasionalmente para otros menesteres más terrenales y pragmáticos, pero no para hablar del Reino de Dios y cómo construirlo.

Esas personas sorprendidas desconocen seguramente el secreto que nos convocaba. Éste: que en Villa de Leyva, unos y otros nos reconocimos como discípulos de Jesús, enviados por él a los caminos la Galilea latinoamericana, a sus encrucijadas, a sus senderos sin aparente salida. Algunos obispos comentaban con sencillez que ellos también -siendo Pastores de sus comunidades- se reconocían allí como ovejas del único Pastor, Jesús. Como acaeció en la comunidad primera de Jerusalén, ocurrió también entre nosotros que la confesión explícita de que Jesús ha resucitado, provocó que tuviéramos una sola alma y un solo corazón. Nuestro encuentro estuvo cimentado en la unanimidad y en la concordia.

En ese clima, oramos juntos al comienzo del día, antes de iniciar nuestras labores. En muchas ocasiones, obispos y empresarios dieron testimonio público, sentido y claro, de su fe en el Señor resucitado; pidieron perdón sencillamente y sin ficciones por las incoherencias cometidas que luego, en la declaración, denominamos como “esquizofrenia espiritual, consistente en la incoherencia entre la vida de fe y el actuar cotidiano”. De este modo, a nuestra manera peculiar, nos presentamos mutuamente como testigos del Resucitado, enviados a establecer su Reino.

El simposio estuvo sustentado en cuatro experiencias evangélicas bien precisas: la mirada, el discernimiento, las propuestas solidarias y la celebración.

• La mirada. Los gestos compasivos de Jesús se inician siempre en la mirada: Jesús vio: la multitud hambrienta, la viuda de Naín con su hijo muerto, al leproso marginado… Su mirada era cordial porque hay realidades que solo se ven con el corazón. Lo advertía el zorro al principito: “He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”. Esta mirada es más penetrante, más intuitiva, porque no mira estableciendo distancias, sino desde la cercanía, acortándolas. Mira estimulada por el amor y amando. Es la espiritualidad de ojos abiertos.

En el simposio, vimos la realidad latinoamericana, y en ella percibimos brotes, cada vez más claros de la presencia del Reino de Dio entre nosotros. Pero también descubrimos con pesadumbre signos que evidencian la ausencia del Reino de Dios en nuestra región.

• El discernimiento. Obispos y empresarios, con sus lúcidos aportes, nos ayudaron a discernir nuestra realidad latinoamericana. Nos invitaron a leerla desde el Evangelio, desde la Doctrina social de la Iglesia, desde la experiencia de las comunidades eclesiales y desde la Asociaciones de UNIAPAC en América Latina. Conversamos mucho en plenarios y en grupos y lo apoyamos en nuestra oración.

• Las propuestas solidarias. Nuestra pregunta final, concluyente, fue: Entonces, Obispos y empresarios en salida, ¿qué debemos emprender juntos por el Reino de Dios?

Se nos ocurrieron muchas iniciativas para llevar a cabo nuestra misión. Están detalladas en la declaración. Será muy importante, urgente, que no queden en papel mojado. Para evitarlo, sería necesario que las Asociaciones de UNIAPAC Latinoamericana, les den un lugar de preferencia en su gestión, y, además, que dialoguen con sus Obispos para darles un logrado cumplimiento.

• La celebración. El simposio de Villa de Leyva fue en realidad una celebración para sus participantes. Hicimos memoria de los signos de la presencia del Reino en nuestros Países, y dimos gracias por ellos. Experimentamos la comunión fraterna que nos unía en Iglesia; nos comprometimos a servir compasivamente a nuestros hermanos, sobre todo, a los más marginados de la vida.

Realmente, el Simposio de Leyva fue en sí mismo la palabra más elocuente que proclamamos; habla de esperanza y compromiso eclesial.

Fray Luis Carlos Bernal, op
Asesor doctrinal