La oración y la vida empresarial

El Padre Daniel Díaz, nuestro asesor doctrinal, nos invita a reflexionar sobre el desafío de conectar nuestra vida espiritual con nuestra actividad empresarial, manteniendo así una profunda comunión con Dios.

Queridos amigos de ACDE,

Quisiera abordar en esta oportunidad con ustedes el tema de la oración. A primera vista, puede parecernos algo obvio y ya casi demasiado trillado para quienes somos cristianos. Ninguno de nosotros diría que es algo innecesario pero seguramente ya hemos escuchado hablar de esto innumerables veces. Por otro lado, podría entenderse que no está demasiado vinculado a la actividad empresarial  ni al complejo momento que nos toca vivir. Creo que no es así. Me atrevería a decirles en primer lugar que lo obvio a la mente e incluso al corazón, no siempre es plenamente asumido en la propia vida y cuando eso sucede los impulsos con que el Espiritu Santo quiere guiarnos caen en saco roto. En segundo lugar, si nuestra vida en la empresa no incluye la oración es seguramente porque tenemos un modo de entender la espiritualidad demasiado desencarnado y, en consecuencia, demasiado estéril, con pocos frutos concretos.

La oración es fundamentalmente un encuentro con Dios. Basta esta definición para tomar conciencia de lo asombroso que puede llegar a ser el lograr este objetivo  por un instante, aunque nos lleve toda una vida de intentos. Experimentar la presencia ante mí del Creador del universo y abrirme a lo que aquel que es infinito Amor y Poder quiera realizar conmigo nunca podría entenderse como algo ordinario. Más bien habría que decir que si no nos sentimos sobrepasados es tan solo porque en nuestra limitación no llegamos a comprender demasiado lo que estamos intentando hacer. Los místicos son testigos de esta abrumadora experiencia de sentirse envueltos en la presencia y caridad divina. Cuando hacemos un alto en nuestras tareas y detenemos nuestro ser delante de Dios, nuestra vida de pronto cobra profundidades inesperadas, se aquietan las angustias y temores, se clarifican nuestros pensamientos.

La oración, siendo un poco más concreto, se trata de vincularnos con Dios, que al mismo tiempo es Señor y es amigo. Es entrar en diálogo, decirle, escucharlo, o tan solo callar para estar con Él. La disparidad entre quienes se encuentran implica al hombre que haya que dejarse llevar a donde Dios quiera, en confianza y obediencia. Por esto rezar es una acción que nos demanda un enorme compromiso con el permitir que el Señor hago lo que el desee con nosotros, sin querer decirle que debería hacer. Todo lo demás que podamos decir aquí será accesorio. Son muchos los modos en que podemos rezar. La tradición nos ha regalado infinidad de escuelas y maestros en este sentido. Será necesario ir encontrando cuáles pueden ahora ayudarme más a mí. Mi historia, mi psicología, mi afectividad y hasta el mismo humor, cansancio o lucidez con que estoy en el presente, marcarán el camino al que Dios me invita. Seguramente me podré encontrar más cómodo con algunas formas que con otras y de ese modo podré ir encontrando la forma de orar que el Señor me propone.  Si nos llevan al fin primero, serán buenas y si nos alejan de él, no importa cuánto puedan haber ayudado a otros, no lo serán para mí.

Hacer entrar en contacto profundo nuestra actividad empresarial con nuestra vida espiritual es un verdadero desafío. Hemos aprendido a ser resolutivos, eficientes. Abrirse a Dios es renunciar a esos criterios que tenemos tan internalizados. Rezar nos incorpora al mundo de lo que no se puede hacer rápidamente y con apuro, donde no hay certezas ni seguridades de los logros que se obtendrán, donde los plazos no pueden ser fijados por nosotros. Sin embargo, misteriosamente, la oración es el lugar donde se soluciona lo imposible,  donde se alcanza lo que ha quedado más allá de nuestros límites y capacidades. Es el ámbito de Dios, a donde nosotros entramos en profunda reverencia, cargando pesos que nos son quitados de los hombros sin que siquiera lo pidamos.

Querer ser un empresario cristiano sin oración es como querer construir una casa sobre arena. Ella es la piedra que sostendrá firmemente nuestras decisiones para que nunca se aparten de los valores que Jesús nos enseñó, es la que será fundamento de un compromiso que rompa con los propios egoísmos e indiferencia para hacerse servicio. Solo en la oración dejaremos atrás el vicio de la queja permanente para construir sobre la gratitud que nace cuando Dios nos abre los ojos y nos permite reconocer todos los bienes que nos ha dado. Sin hacerlas plegarias, las necesidades y dificultades nos pueden abrumar, los cansancios terminan por dejarnos en una frustración permanente, el enojo y la ira ante los sinsabores sufridos terminan inundándolo todo. Qué distinto será todo si nos damos el tiempo necesario para agradecer, pedir y confiar todo al Señor.

Los invito a hacer de la oración un ejercicio diario, permanente. Es la puerta de entrada del Señor a nuestros corazones, tan urgidos de su paz, tan necesitados de fortaleza y de sus dones divinos. Pido al Señor que como Buen Pastor, no deje de conducirlos a ese manantial de aguas claras y limpias donde podrán beber del Espíritu Santo hasta saciarse y verán que aunque Dios nos reclama nuestros mejores esfuerzos en nuestras actividades en la empresa, siempre está dispuesto a completar la obra que nosotros no pudimos finalizar cuando permanecemos unidos en profunda comunión con Él. Que Dios los bendiga y acompañe a todos.