Jorge Aceiro, maestro de empresarios: fe y convicciones en el lugar más incómodo

Locuaz, innovador, frontal, maestro de dirigentes. Jorge Aceiro, uno de los hombres de empresa más importantes que la Argentina tuvo en los últimos 50 años, murió el viernes pasado a los 99 años como consecuencia de complicaciones de salud contra las que venía peleando desde la pandemia. Con él se fue uno de los últimos líderes que, gracias a una formación integral que incluía una profunda fe cristiana, sostienen que el mundo de los negocios y las convicciones deben ir siempre juntas. Una rareza.

Aceiro era ingeniero electromecánico, título con que se graduó en la Universidad de La Plata y que complementó con un Advanced Management Program de la Universidad de Harvard. Trabajó desde muy joven, no bien se recibió, en una vasta cantidad de empresas que van desde la histórica fabricante de electrodomésticos Siam, donde se desempeñó dos décadas en el área de electricidad, hasta las papeleras Witcel y Celulosa, el Banco Nación o la petrolera Bridas, que lo tuvieron en la conducción desde cargos jerárquicos. Su rol más influyente fue sin embargo en la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE), entidad que presidió durante dos períodos, entre 1967 y 1973 y entre 1979 y 1982, y que de algún modo ayudó a fundar y consolidar.

No es casual que Aceiro haya conocido personalmente a Enrique Shaw, fundador de ACDE, ex miembro del directorio de cristalería Rigolleau y en proceso de canonización desde 2021. Declarado “Venerable siervo de Dios” por la Iglesia ese año, Shaw podría convertirse en poco tiempo en el primer santo empresario argentino. Fue de él de quien Aceiro imitó el estilo de conducción. “Yo recorría la fábrica, como dicen que la recorría Enrique: yo conocía a cada uno de los obreros”, recordó en una entrevista que le hizo hace tres años otro expresidente de ACDE, Juan Pablo Simón Padrós. Porque no se privaba de aprender de cada persona con la que se cruzaba, e incluso de las experiencias propias y ajenas, y valoraba la discusión. “Error cero equivale a riesgo cero; es decir, a falta de creatividad. ¡Pobre de la empresa cuyos hombres no se equivocan!”, repetía.

Casado con Beatriz María del Rosario Solari, con quien llegó a festejar los 71 años de matrimonio el 14 de marzo pasado y habitual compañera de viaje en sus incursiones a Bariloche y la Patagonia en general, región que lo cautivaba, Aceiro tuvo tres hijos a quienes también les transmitió el espíritu de apuntar siempre a la excelencia: Eduardo, ingeniero industrial; Gustavo, ingeniero agrónomo, y Fernando, ingeniero y consultor. “Un buen tipo”, lo definió un empresario que trabajó años con él y que recuerda el día y el modo con que le hizo la propuesta de incorporarlo en ACDE: “Yo sé que sos una persona muy ocupada. Pero nada importante en la vida se hace con los tipos inactivos”, lo invitó Aceiro.

Era exigente. Con el personal, consigo mismo y, fundamentalmente, con el sector al que pertenecía, los empresarios en general. Entre otras razones porque ponía la ética en la cúspide de los valores. Citaba al respecto al cardenal Newman, que decía que sostener un valor implicaba siempre estar dispuesto a pagar un precio. Aceiro era además muy crítico con las empresas que no tenían rentabilidad, una situación que, a su juicio, las llevaba a apropiarse de bienes del cuerpo social. “Toda subvención debe ser transitoria”, insistía.

En los últimos tiempos, que lo tuvieron siempre activo, se lo veía preocupado por el ánimo que las sucesivas crisis les habían insuflado a quienes conducen compañías: decía que los veía menos propensos a tomar riesgos. “El primer cambio que hay que hacer en la Argentina es el de la dirigencia política. Y dentro de ella está la dirigencia empresarial”, planteó otra vez. Por eso se tomaba el trabajo y el tiempo de formar dirigentes. Así, condujo durante sus últimos años, como decano, el Consejo de Ex Presidentes de ACDE, donde se encargaba personalmente de entrenar a los nuevos líderes. A los novatos les aconsejaba no tener miedo, les recordaba que la entidad había tenido momentos infinitamente más críticos. Por ejemplo en los 70, cuando guerrilleros mataron a un compañero suyo, Batista, uno de los gerentes de Celulosa. Durante su primera presidencia en ACDE le había tocado seguir de cerca algo que recordaría con dolor: la muerte de Oberdan Guillermo Sallustro, industrial ítalo-paraguayo, director general de la Fiat Concord, asesinado el 10 de abril de 1972 por el ERP.

Estas tragedias nunca lo acobardaron. Aunque a veces tuviera que recurrir a la custodia personal para él y su familia. Porque reivindicaba su condición de empresario. Lo obsesionaba, por ejemplo, que los dueños del capital hicieran valer su peso en la sociedad y que reforzaran los vínculos entre sí, y eso lo llevó a alentar hace una década la creación del Foro de Convergencia Empresarial, una entidad que nuclea a las cámaras y uniones más relevantes del país y que a veces asume posturas incómodas para la mayor parte del establishment.

Pero Aceiro no tenía inconvenientes en decir lo que pensaba. “La verdad nos hará libres”, insistía, y remarcaba que prefería la libertad a la seguridad. En la década del 60, por ejemplo, durante un encuentro con miembros de la Escuela Superior de la Marina, se incomodó ante el comentario de uno de los anfitriones, un almirante que era jefe de la base en Puerto Belgrano. “Acá estuvo el ingeniero Alsogaray y lo que nos dijo es que a los empresarios, para que produzcan, hay apretarles los huevos…”, había dicho el almirante. A Aceiro no le gustó. Señaló entonces a un barco que acababa de llegar, la Fragata Misilística de la Argentina, y que le habían mostrado en la recorrida. Después miró al capitán de navío de otra fragata que estaba al lado y que, aunque era del mismo tamaño, no tenía misiles. “Si usted se encuentra con la Fragata Misilística, ¿qué tiene que hacer para ganarla?”, le preguntó. “No puedo ganarla”, contestó el capitán. “Pero si yo le aprieto los huevos, usted le podría ganar, le va a ganar…”, provocó Aceiro. “Es que no puedo ganar”, insistió el capitán, consciente de la desproporción de armamento. Llegados a ese punto, el almirante que había citado a Alsogaray volvió a intervenir con un tono más amable: “Ingeniero, ya lo entendí”.

Académico de saber enciclopédico, presidente de la Academia del Plata y coautor del libro Haciendo una Argentina posible, a Aceiro realmente le gustaba ser empresario. Veía en el sector privado el mejor modo de generar riqueza y repartirla, e insistía siempre en el argumento de “enseñar a pescar”. Temas que discutió toda la vida con el padre Manuel Moledo, otro de los fundadores de ACDE, con quien pasaba largas sobremesas deliberando sobre Doctrina Social de la Iglesia. Eran charlas que podían terminar a las 2 de la mañana, pese a que Aceiro tenía todavía que llevarlo a su casa de Caballito y levantarse a las 7.

Hace tres años, en una de sus últimas entrevistas, el empresario recordó que guardaba todavía cartas manuscritas del sacerdote y reflexionó sobre su propia muerte. “Ojalá en el juicio que voy a afrontar dentro de no mucho tiempo esté alguien que piense como Moledo”, sonrió. Hombre de fe y de iniciativa privada, tenía la convicción de que la vida, incluso plena y extensa como la suya, no es más que una preparación.

Artículo de Francisco Olivera para La Nación, publicado el 16 de mayo de 2024. Leer el artículo aquí.