Hay un límite | Podcast Reflexión Mensual ACDE

El P. Daniel Díaz, nuestro asesor doctrinal, nos invita a comprometernos con la tarea de construir el edificio de nuestra sociedad. Que Dios nos ayude a encontrar en su Amor la fuerza para seguir poniendo los ladrillos que hacen falta para poder vivir juntos en paz.

¿De qué trata este podcast?

La Reflexión Mensual ACDE es un podcast mensual que te invita a pensar sobre la temática empresaria a la luz de los valores cristianosHacé clic aquí para ver todos los episodios en nuestra web.

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Hay un límite

Hace pocos días, el nuevo telescopio espacial “James Webb” obtuvo imágenes del espacio profundo con una nitidez y detalle que hubieran sido inimaginables hasta no hace mucho tiempo. Superó con creces al “Hubble”, su antecesor, que durante varias décadas realizó maravillosos aportes a la investigación científica del cosmos. Con ocasión de este logro, las noticias nos recordaron algunos datos acerca de la maravillosa creación que nos fue confiada por Dios y que tal vez por su magnitud casi inconcebible para nuestra limitada existencia, suelo tender a olvidar rápidamente.

¿Cuál es el tamaño del universo visible? ¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde el origen del universo? Dejo las respuestas sin contestar para que apelen a su memoria… o googleen en su búsqueda, como confieso lo hice yo mismo una vez más. Para mí es como una tarea espiritual considerar de tanto en tanto algunos de estos datos. Me ayuda a poner mi vida, mis búsquedas, logros y sueños, y los de mi sociedad y mi mundo en perspectiva. Entonces, todo lo que podía parecer hasta un momento atrás tan absoluto, cobra una dimensión relativa muy acotada.

El tomar conciencia de mis propios límites y los de mi entorno cercano me invitan a la humildad. Y allí nace una mirada realmente novedosa, tanto más clara y nítida como la del nuevo telescopio. De alguna forma, las estrellas lejanas nos ubican en el justo lugar, valor e importancia ante el mundo creado, ante los demás y ante Dios. Y el sentido de todo se nos revela de un modo más verdadero. El mundo y quienes lo habitan son extremadamente cercanos, próximos. ¿Cómo hemos podido no sentirnos hermanos de este mundo que se nos ha confiado para cuidarlo? ¿Cómo no hemos notado el estrecho lazo que nos une a las mujeres y hombres que caminan a nuestro lado? ¿Cómo hemos podido ser tan poco humildes?
La humildad es una virtud indispensable ya que su ausencia lastima profundamente a todas las otras virtudes. Nos ubica en nuestro exacto lugar frente a lo que nos rodea. Sin ella todo lo que podamos hacer pierde su brillo y su color bajo el gris de la soberbia. Cuando este pecado nos quiere arrastrar a una fantasía de superioridad, la humildad nos devuelve los pies a la tierra. Y esa tierra, de la que fuimos hechos, nos hace conscientes de nuestros límites, y al mismo tiempo, de nuestras verdaderas capacidades. Nos ayuda a someternos a todo lo que genuinamente ha de estar por encima de nosotros y a no dejarnos someter por todo lo que ha de estar por debajo.

Para un líder cristiano la humildad no sólo no se opone a su misión sino que es parte fundamental de su tarea. Es la cualidad que le permite guiar desde la participación e involucramiento de todos, buscando entusiasmar en un objetivo común. Es el único modo en que puede proponer lo suyo sin dejar de enriquecerse con lo que escucha, en que puede aportar su riqueza personal sin avasallar la libertad de los demás. Le permite dejar de ser el centro de algo muy pequeño para ser una parte clave de algo muy grande.

Quitado el disfraz de perfección en el que todos nos solemos escudar para defendernos de la agresión de los demás, la vida se torna más vivible. Descubrimos que lo que parecía protegernos, nos aislaba y encerraba. Porque en el fondo nadie puede dejar de ser quien es ni de estar atravesado lo que le toque en la vida. El que atraviesa la puerta de la fábrica o la oficina, quiera o no, trae consigo toda su realidad. A lo sumo puede disimularlo pero esto nos introduce en el ámbito de lo falso. Una mentira a la que es obligado por quienes no están dispuesto a recibirlo tal como es o como está. Solo cuando alguien se muestra de verdad, relucen entonces sus verdaderos valores, y estos pueden ser reconocidos y desarrollados.

Solo el pedido de perdón, da lugar a la corrección del error. Solo el disenso expresado permite mejores soluciones. Detrás de todas estas actitudes hay un reconocimiento tanto del valor de los colaboradores como del de los superiores jerárquicamente hablando, que responde a un respeto a la igual dignidad de todos más allá de los roles que les toque cumplir.

La humildad nos abre a vínculos diferentes. Hace posible la cercanía, el diálogo, el afecto. En el encuentro, el trabajo cotidiano se humaniza. Las necesidades y búsquedas de todos se conocen, se comprenden y pueden ser atendidas como si fuera un dolor o enfermedad de uno de los miembros de un mismo cuerpo al que todos pertenecemos. Las nuevas generaciones son cada vez más sensibles a estos aspectos y demandan un esfuerzo grande para quienes fuimos formados en otra cultura que justificaba un poco la soberbia. Bienvenida sea la tarea de ser más humildes, para poder ser mejores líderes.

Concluyo recordando a un joven Enrique Shaw, que estaba dejando la Armada para entrar al mundo de la empresa, y escribía en su diario: “Soy un humilde peón dispuesto a moverme en el tablero de mi vida como Dios quiere que lo haga.”

Que nuestro Señor Jesucristo, manso y humilde de corazón, nos conceda poder imitarlo. Que Dios los bendiga a todos.

P. Daniel Diaz