El principio de la solidaridad | Reflexión Mensual ACDE – Agosto 2022

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El P. Daniel Díaz, nuestro asesor doctrinal, nos invita a recordar la solidaridad de Enrique Shaw para con sus trabajadores. Nadie tiene tanto que no pueda recibir, ni tan poco que no pueda dar. Que Dios nos guíe en el accionar de nuestro día a día como empresarios y emprendedores para hacer de esta una actitud permanente.

¿De qué trata este podcast?

La Reflexión Mensual ACDE es un podcast mensual que te invita a pensar sobre la temática empresaria a la luz de los valores cristianosHacé clic aquí para ver todos los episodios en nuestra web.

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El principio de la solidaridad

Queridos amigos de ACDE,

Quisiera volver una vez más en este mes en que lo recordamos particularmente sobre la imagen de quien es para nosotros ejemplo de empresario cristiano. Enrique Shaw fue un hombre generoso ante la necesidad de los obreros de su empresa. Cuentan que solía ofrecerles préstamos a quienes atravesaban situaciones económicas que pudieran preocuparlos. Un casamiento, la llegada de un hijo, un enfermo en la familia, se hacían la ocasión para que, él se mostrara cercano a lo que estaban viviendo, se involucrará y tratara de poner a su alcance algún tipo de ayuda concreta.

En una pequeña libretita Enrique anotaba la deuda y allí mismo iba registrando luego los pagos. Lo hacía sin paternalismo, de un modo en que quien recibía su ayuda se sintiera respetado, permitiéndole hacerse responsable de su vida, de acuerdo a sus reales posibilidades, tal como su dignidad lo merecía. Esto no quitaba que, en muchas ocasiones, finalmente diera por pagada la deuda  cuando aún todavía quedaba alguna parte pendiente. El encontraba ese difícil punto de equilibrio que los cristianos hemos de buscar siempre entre la comprensión de la dificultad del otro, la ayuda comprometida, el favorecer que la persona se desarrolle humanamente haciendo todo lo que está a su alcance y la bondad de quien se alegra con la felicidad del otro. El primer presidente de ACDE hablaba con su acción del principio de la Solidaridad. 

La solidaridad concreta que cada uno de nosotros vivimos es una declaración de nuestra certeza acerca de la condición “social” de todo ser humano. Cada gesto solidario dice: “Ninguno de nosotros puede vivir solo, aislado; todos dependemos de los demás”. Cuando actuamos así con quienes necesitan de nuestra ayuda, estamos manifestando que nuestro ser está marcado por una condición fraterna en la que la humanidad está inseparablemente unida. Y estamos invitando a los demás (y a nosotros mismos) a vivir en consecuencia.

Pero esta solidaridad no se refiere exclusiva ni esencialmente a preocuparnos por dar una ayuda práctica y material. Tiene que ver en lo más profundo con la conciencia de que lo que buscamos es un mismo bienestar, que sería  imposible  de alcanzar individualmente y prescindiendo de los otros. De allí la necesidad de estar cerca, de poder hablar y escuchar para entrar en un diálogo con los demás que nos enriquece mutuamente. Solo así podemos crecer con el intercambio de ideas, poner en común las necesidades y los deseos de cada uno, unir las fuerzas necesarias para alcanzarlos, ayudarnos a desarrollar nuestras vidas. Es bueno recordar la conocida frase: Nadie tiene tanto que no pueda recibir, ni tan poco que no pueda dar. Con ese fundamento nos damos cuenta que la solidaridad implica tanto la decisión de dar como la de abrirse a recibir lo que no se puede alcanzar sin otros. Necesitamos hacer de esto una actitud permanente.

Nuestra referencia en la virtud es siempre Jesucristo, el que “siendo Hijo de Dios se hizo hombre”. Él vino a darnos lo que solos no podíamos alcanzar, pero después de recorrer la infinita distancia entre Dios y el hombre, no anuló ese pequeñísimo y al mismo tiempo enorme espacio en que Dios se sujeta a la libertad humana. La Salvación, el don de la Vida Nueva siempre está suspendido de un Sí, que iniciado por María necesita ser sostenido por cada uno de nosotros. Ese pequeñísimo Sí de aceptación del regalo divino es el que hace que nuestro vínculo con Él pueda ser no solo la obediencia y reverencia de sus creaturas y siervos, sino la amistad y el amor de los hijos con su Padre.

Jesús asumió nuestra debilidad en carne propia exponiéndose al rechazo y al dolor, pero permitió a la Verónica enjugar su rostro, a las mujeres del Calvario compadecerse. Fue mucho más allá,  cuando asumió también las consecuencias de nuestro pecado, al entregarse a la muerte en la cruz, y también allí  permitió a su madre y al discípulo amado estar al pie de la cruz, y al buen ladrón confiarse a su promesa del paraíso. 

Él amor y la preocupación sincera por el otro no lo anulan sino que lo potencian en toda su posibilidad. El real interés por el otro no invade su capacidad de opinión, decisión, ejecución. Busca que el otro llegue a su máximo posible y allí complementa lo necesario, y se hace garantía de que no falte lo indispensable para brindar  condiciones de crecimiento, para permitir que el otro se despliegue como persona. Es un verdadero desafío que queda evidente en su importancia cuando uno se pregunta  ¿Como aprendería un niño a caminar si sus padres ante la dificultad para hacerlo o la incomodidad que les genera el que no lo haga, optaran por llevarlo siempre en brazos?

Solo el verdadero amor hace posible traspasar distancias, acercarse, involucrarse, incluso enfrentar la adversidad por el bien del otro, sin apropiarse de su lugar ni avasallarlo. Esto es lo que ha de caracterizar y distinguir a los que quieren liderar al modo de Jesús. Si puedo sostener a otros es porque he sido y soy sostenido cada día por Dios y por cada uno de los que me rodean, porque me han dado espacio para crecer. Llevar esta percepción a nuestras empresas y a nuestro modo de ser líderes allí, nos regala un modelo nuevo. Mi ser dirigente se transforma en un servicio purificado de intereses personales que es brindado no desde mi necesidad sino en la medida en que hace bien a los demás.

También como país y sociedad, es imprescindible para el progreso una solidaridad que vaya mucho más allá de lo meramente superficial. Tal vez hoy hay muchas búsquedas de poder disfrazadas de actos solidarios y vacías de verdadero amor y preocupación por el otro. Hace falta una solidaridad valorativa del aporte de cada uno, que nos abra a reconocer aspectos no considerados, a proponernos nuevos y mejores objetivos y a complementarnos en nuestras fuerzas para alcanzarlos. Hacen falta líderes que estén generosamente dispuestos a trabajar para que todos crezcan y se desarrollen. El día que eso suceda tendremos líderes no porque los necesitamos sino porque los elegimos. 

Que Dios, nuestro Señor, haga llegar su bendición a cada uno de Uds en la ardua tarea de vivir solidariamente la misión que les ha encomendado al confiar tantas personas a su cuidado. 

P. Daniel Diaz