El Don de la Palabra

El Padre Daniel Díaz, nuestro asesor doctrinal, nos habla acerca de cómo la Palabra de Dios continúa guiando la vida de los creyentes hacia un encuentro personal y profundo con Jesús.

Queridos amigos de ACDE,
En este mes de Septiembre, en que los cristianos tomamos conciencia del don que el Señor nos ha regalado en las Sagradas Escrituras me han sugerido tomar este tema en mi reflexión mensual. Y me ha parecido muy buena idea. Pero no quiero centrarme tanto en describirlas o en proponerles cómo aprovecharlas. Ya dos reflexiones han abordado el tema este mes y existe muy buen material accesible para quien quiera hacerlo.
Más bien, quisiera ahora detenerme en el hecho de la existencia de la Palabra de Dios escrita como algo en sí mismo revelador, como un modo que Dios ha elegido para comunicarse con nosotros y que se hace así propuesta para nuestra vida y nuestra búsqueda de su voz. Traducidos a muchos idiomas y en sus múltiples versiones llegan a nosotros los textos que están llamados a fundar y sostener nuestra fe, a iluminar y acompañar nuestra vida cotidiana, a entusiasmarnos en la esperanza de las promesas del Reino. El avance de los estudios exegéticos y de otros ámbitos de la ciencia de los últimos siglos ha permitido una fidelidad cada vez mayor a los escritos originales y una comprensión más profunda de los mismos. Habiendo atravesando dos milenios ellos siguen haciéndose para cada generación
un anuncio renovado del Evangelio de Jesucristo.
La Verdad no cambia, siempre es la misma. “Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre”. Las modificaciones y nuevas profundizaciones son parte de una búsqueda que retoma lo más genuino de su contenido y lo pone en relación a las distintas circunstancias que van apareciendo. No cambian las escrituras, pero nuestra comprensión de ellas sigue expandiéndose. De ese modo el Señor nos sigue permitiendo encontrar un punto de referencia firme y una guía cierta para nuestras decisiones y acciones concretas de cada día.Es preciso recordar cómo se fue conformando lo que hoy llamamos “Biblia”. Esta palabra que podríamos traducir como “los libros” o “biblioteca” ya nos habla de multiplicidad. En distintos momentos históricos, en diferentes lugares, con distintos idiomas y a través de muy distintas personas, se fue plasmando la experiencia creyente de un pueblo que descubría en lo que había vivido, en su historia, una realidad que trascendía los meros hechos humanos para conformarse en experiencia de encuentro con Dios y con lo que Él quería revelar a los hombres para salvarlos, para liberarlos.
La vivencia cotidiana de tantas personas a lo largo de la historia del Pueblo del Antiguo Testamento y de la Iglesia, conformada por circunstancias tan disímiles, fue reconocida por inspiración divina como el lugar donde el Señor se expresaba a sus hijos. De ese modo cobró una profundidad inusitada. Lo que una persona, un grupo o un pueblo vivió o sintió, eso que lo alegró o le hizo padecer, fueron los renglones donde Dios escribía las respuestas a quién era Él mismo, quienes éramos nosotros, cómo podíamos alcanzar la felicidad y cada una de las preguntas que tiene todo ser humano sobre su existencia.
Dios quiso que esa experiencia, tan personal y de primera mano, fuera legada a las generaciones sucesivas y se expandiera a toda la humanidad. El Espíritu Santo inspiró autores sagrados que releyeron esas experiencias de personas concretas y las pusieron por escrito, en textos que dado su reconocido valor fueron custodiados y preservados sin caer en la tentación de deformarlos según las conveniencias. El don de Dios no era para unos pocos sino para todos sus hijos, para todos los que Él quería que fueran alcanzados por su Salvación en todas partes y a través del tiempo.
Las escrituras nos transmiten que el Hijo de Dios, la Palabra eterna del Padre, se encarnó en Jesús para
revelarse y redimirnos. La historia humana quedó a tal punto transformada por su presencia que toda ella se hizo lugar de revelación. Así, todos los acontecimientos de nuestro devenir se constituyeron un lugar donde el mismo Dios nos habla de modo permanente. Podemos releer nuestro presente y circunstancias, de algún modo, como Palabra de Dios, porque allí el Señor se sigue expresando en su amor a nosotros.
Desde esta perspectiva, en nuestra tarea y misión en el ámbito empresarial, todo lo que va sucediendo,
nuestros aciertos y fracasos, esfuerzos y cansancios, alegrías y tristezas, se hacen lugar de revelación de Dios. En cada vínculo con un obrero o empleado, cliente o proveedor, hay una presencia de Dios que invita a reconocer quien es Él, quién soy yo y quién es el que es mi interlocutor. Mi realidad cotidiana de trabajo se torna entonces en ámbito de oración y de misión, porque allí mismo está Dios hablándome. Sin la pretensión de ser autores inspirados por Dios como los que escribieron la Sagrada Escritura, como
bautizados nos sabemos habitados por el Espíritu Santo. Él nos permite ver con los ojos con que Dios mira nuestra circunstancia y descubrir en nuestra actividad en la empresa que Cristo se hace presente para consolar y fortalecer, para denunciar y condenar, para mostrarse Salvador y liberador, para señalarnos caminos, para enviarnos al anuncio.
Queda a cada uno de nosotros el ahondar la propia realidad laboral para discernir lo que allí Dios está diciéndome a mí y diciendo a quienes somos parte de ella. Creemos en una Palabra viva y eficaz, siempre actual y transformadora. Esa Palabra está en la Biblia y también en mi vida cotidiana, en mi trabajo. Escuchémosla con atención.
Que Dios los bendiga a todos y les regale poder oír su voz cada día para poder experimentar su amor y su cercanía.