Constructores de unidad y paz | Reflexión Mensual ACDE – Septiembre 2023

El P. Daniel Díaz, nuestro asesor doctrinal, nos invita a mirar de una manera distinta a quienes se nos presentan como adversarios. Nos invita a tratarlos como hermanos para iniciar así un camino hacia la unidad y la paz de nuestra sociedad.

Disponible en
SpotifyGoogle PodcastApple PodcastYouTubeCastBox

Constructores de unidad y paz

Queridos amigos de ACDE,

Siempre me ha llamado la atención la capacidad de Dios para reconducir la historia una y otra vez hacia la salvación que quiere concedernos. En su infinita misericordia, el Señor nunca se cansa de darnos nuevas oportunidades. Pero, además, tiene una creatividad sorprendente para hacer de nuestros errores y faltas, una ocasión que haga posible no solo la reparación de lo dañado sino un salto a un lugar muy superior.

La Cruz de Cristo es tal vez el lugar donde esto se trasluce con mayor fuerza y eficacia. El pecado que se plasma en el rechazo del Hijo de Dios hecho hombre hasta el punto de quitarle la vida, culmina siendo la revelación más profunda del infinito amor de Jesús, que se entrega por nosotros. Y lo que parecía haber sido el triunfo del demonio, se transforma en la victoria absoluta sobre el mal, el pecado y la muerte. Quienes eramos pecadores condenados, por la intervención amorosa de Dios, terminamos siendo sus hijos adoptivos.

En su vida pública Jesús fue dejando múltiples indicios de este modo tan particular de actuar. Frente a los rechazos, las condenas y las incomprensiones de quienes lo rodeaban, transformaba toda ocasión en una catequesis que adentrara en los misterios de Dios o en una invitación a la conversión y a una vida más plena en su Reino. El fracaso de las redes vacías concluyó en pesca abundante, el hambre de la multitud condujo a a la multiplicación de los panes, el querer apedrear a una mujer pecadora dio paso al reconocimiento general de los propios pecados.  Casi todo el Evangelio podría ser releído en esta clave.

El modo de Jesús me hace preguntarme acerca de como solemos reaccionar frente a las agresiones y los rechazos que los cristianos sufrimos en nuestra sociedad. Existe una gran tentación en el deseo de responder con la misma moneda. En ocasiones las injusticias pueden sacar de nosotros los peores deseos: lastimar al que me lastima, imponernos y aplastar al que quiere someternos, denostar al que nos critica. Nada de esto suena a “anuncio de Buena Noticia”. Creo que es claro que ese no es el camino que nos propone el Evangelio. En cambio, si aprovechamos cada ocasión para ser más claros y dar razones de nuestro mensaje, para vivirlo con más coherencia de modo que la verdad se imponga por sí misma como una obviedad, siento que responderíamos tal como lo haría Jesús.

En el fondo, hay una mirada distinta sobre el problema que se me plantea, pero también y en especial sobre quien lo ha generado. Cuando el otro solo es considerado adversario, opositor o rival, la solución del problema está puesta en anularlo, superarlo o destruirlo. En cambio, si lo considero hermano, mi perspectiva cambia absolutamente. La división se hace dolorosa y demanda como tal la sanación. Esto me lleva a mirar con atención, paciencia y hasta delicadeza sus motivos, sus heridas, sus razonamientos. Si soy capaz de despojar su mensaje de la agresividad en que viene envuelto, tal vez pueda encontrar la punta del ovillo para desatar el nudo.

Nuestra sociedad está cargada hoy de mensajes agresivos. Seguramente sus orígenes son diferentes. Algunos son más ideológicos y otros cargan rencores históricos, otros son más marketineros o se suben a la ola de moda. Sin importar de dónde vienen, si ellos generan en nosotros una respuesta similar, la violencia escalará y la presencia del Reino se empequeñecerá. Dios no necesita que lo defendamos con armas ni modos que distan de ser los suyos.

Por el contrario, si desprovistos de ira y enojo somos capaces de llevar los temas a fondo, de entregar nuestra palabra iluminada por el Evangelio y el pensamiento social cristiano, de modo positivo y constructivo, aparecerá otro horizonte. No necesitamos ser defensores agresivos de Dios, su Amor y su Verdad siempre prevalecerán, y en esa confianza y esperanza estamos llamados a hacerlo presente. Si aún no se entiende que es la “Justicia Social” para los creyentes, tendremos que explicarlo y mostrarlo con nuestras obras, porque sin ella el hombre no es respetado en su dignidad.

En el ámbito de nuestras empresas y organizaciones todo esto tiene una profunda actualidad. La tensión social marca muchas veces nuestras relaciones y vínculos en lo cotidiano, y es un enorme desafio “bajar revoluciones”, hacer que nuestras respuestas broten desde lo mejor de nosotros y que siempre construyan en vez de destruir, que transformen en positivo incluso lo que recibimos como negativo. Es difícil, pero no imposible. Jesús lo hizo y nosotros recibimos sus fuerzas para seguir haciéndolo.

Que el Espíritu de Dios nos ayude a construir la unidad y la paz en nuestra sociedad, y que nuestros esfuerzos y mejores esperanzas se llenen de frutos.